- Reúne a mi tropa y la tropa de la capitana Sánchez en una sala de juntas. Estaremos allí lo antes posible.

- Como usted mande, almirante. – Ronronea antes de cortar el llamado.

Aprovecho la distracción de Caín para fugarme de su encierro, escabulléndome por un costado, pero predice mis movimientos y me toma del brazo. Sus ojos escanean mi rostro y lo que hay en él parece ser muy divertido, pues ensancha una sonrisa que en provoca volver a golpearlo.

- Ahora, ¿qué?

- Quiero irme. – Agito el brazo, pero no cede. – Caín.

- ¿Estás celosa?

- ¿Qué? No.

Como si fuese posible, su sonrisa se agranda junto al ego que infla su pecho.

- Oh por Dios, estás celosa.

- No lo estoy. – Me mira con una expresión que grita "Oh, ¿en serio?" que me es difícil de esquivar. Muerdo mi labio inferior y me mantengo en silencio un par de segundos, pero no soporto la presión de sus ojos juzgándome, asique me resigno. – "Como usted mande, almirante".

Mi imitación de Abigail le roba una carcajada, la cual, por un par de segundos, atienta contra mi papel de enfado. Sin embargo, arruga la nariz y olfatea cerca de mí.

- ¿Qué crees que haces?

- ¿No sientes ese olor? – Niego. Caín contrae la expresión y con su mano libre se echa aire delante del rostro. – Apesta a... apesta a celos.

- Oh por Dios. – Ruedo los ojos y lo empujo desde el pecho desnudo, zafándome de su agarre y alejándome de su magnética presencia. Caín no trata de callar la carcajada que nace desde lo más profundo de su garganta, burlándose de mí. – Madura, ¿quieres?

Un minuto tarda en cesar su ataque de risa, y si no fuese porque alguien golpea su puerta seguiría riéndose de mí. Me cruzo de brazos y mantengo mi posición a un lado del escritorio mientras él se encamina a la entrada de su oficina. Un corto intercambio de palabras y vuelve a fijarse en mí, ahora con una camisa en un colgador entre sus manos.

- Será mejor que me vaya. – Murmuro mientras él comienza a cubrir su casi desnudez con la tela blanca.

- Tras la reunión iremos por el Plan B.

- Puedo ir sola, no es necesario que me acompañes. – El orgullo me gana.

Deja de prender los botones de la nueva camisa a la mitad, como si se congelase, y alza la mirada.

- No hagas eso.

- ¿De qué estás hablando?

- No me hagas a un lado, Edén.

Mi nombre se escapa de sus labios con tanta naturalidad y deseo que se asemeja al imperceptible sonar del viento moviendo las hojas. Debes prestar atención para oírlo, pero una vez que lo haces no puedes parar de escucharlo.

- No estoy haciendo nada, Caín.

- Es pecado mentir.

Lo sé.

El silencio es mi respuesta. Caín abandona totalmente su acción de vestirse y hace un par de pasos hacia mí, dudosos, como si tantease el terreno y acaba frenándose a una distancia más lejana de la que quisiese.

- Sé que estoy jodido, Edén. – Rompe el sigilo. – Sé eso como también sé que en ti, por lo menos, hay una luz; Una luz de la que mi oscuridad se ha vuelto adicto, prendiéndose de cada destello como droga y sufriendo de la abstinencia cuando no estamos juntos. – Sus ojos se tiñen el negro más intenso. – Y tú sabes que esa monótona pureza que intentas conservar ha buscado mi asquerosa suciedad, y ahora que la ha encontrado no puede desprenderse.

Arder | Versión en españolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora