Especial 30k

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Caín.

Si alguien resulta culpable de alguna de estas cosas, deberá reconocer que ha pecado.

°°

No podía sacármela de la jodida cabeza.

Sé que las mujeres pueden ser un completo dolor de cabeza si se lo proponen pero Edén alcanza niveles desconocidos para mí y mi paciencia. Esa mujer está dispuesta a volverme loco. Primero huye de mi cama a la mañana siguiente de tener el mejor sexo de la puta historia, actúa como si fuese un cualquiera e ignora la tensión entre ambos. Y cuando creo estar superando lo que haya sido eso, corre a salvarme, me desviste, se ducha conmigo y me afeita. Vuelve a desaparecer de mi lado y actuar como si nada.

No puedo. No puedo con ella y estoy comenzando a volverme loco.

Quise ponerle un alto a todo y mostrarme firme pero acabé desarmándome cual niño cuando insinuó una cita o algo de ese estilo. ¿Salir? ¿Juntos? ¿Cómo personas civilizadas? No podía negarme. Pero tenía que hacerlo.

Abel me había invitado a una de sus fiestas privadas para conversar sobre la mercancía y llegar a un acuerdo, sobre todo cuando había logrado desaparecer el nombre de su club de la lista de los posibles puntos de distribución de las Águilas Negras. Fácilmente pude cancelar todo plan que estuviese en mi agenda para tener solo y exclusivamente para mí a Edén, pero Abel es rencoroso y me haría pagar por dejarlo plantado en el momento menos indicado. No puedo arriesgarme.

- ¡Sabía que vendrías, Caíncito! – Entra por la aterciopelada puerta de su oficina Abel. Estoy sentado en uno de sus sillones, de piernas cruzadas y bebiendo whisky, el cual comienza a saberme aún más amargo al verlo.

- No me llames así.

- De niño te gustaba. – Se siente frente a mí y no tarda en prender un cigarro. - ¿Qué te trae a mi oficina? La fiesta es fuera y no creo que quieras perdértela.

La música es apaciguada por los vidrios aislantes de su guarida, aunque se puede sentir el retumbar de esos y ver las luces de colores reflejadas dentro.

- Tenemos una charla pendiente, Abel. – Dejo el vaso de cristal sobre su escritorio.

- ¿Estás en un club repleto de mujeres entregadas, desnudas y candentes dispuestas a todo, luciendo así, y piensas en trabajo? ¡Te has vuelto un estirado, hombre!

El comentario me toca los cojones y por la sonrisa arrogante que plasma su rostro, entiendo que eso es lo que quiere. Tocarme los cojones. Respiro profundamente para controlar mis impulsos asesinos.

- He borrado tu jodido nombre de los registros y he hecho de este club un fantasma a los ojos de la central. – La sonrisa se le borra. – No juegues conmigo, Abel, porque serás lo próximo que borre del mapa.

- Te equivocas, almirante. – Suena irónico. – Yo he sido toda mi vida un fantasma y no necesito de ti para desaparecer del mapa. Mi nombre no puede ser relacionado con este club y tampoco quieres intentar hacer eso.

El ambiente se ha tornado pesado y tenso. Ninguno de los dos está jugando y tenemos la misma cantidad de poder en las manos.

- Un escándalo te afectaría más a ti que a mí, asique tú no juegues conmigo.

Muerdo mi lengua para evitar soltar la infinidad de insultos que se me han venido a la cabeza. Estoy rodeado de personas fieles a esta rata y una navaja no será suficiente para partirles el culo.

- Necesito confiar en que tu parte del trato está siendo cumplida. – Apaga el cigarro en un cenicero de cristal. – Abel, no somos niños.

- Lo sé. Somos hombres que follan, se drogan y están hasta el cuello de pasta y problemas. – Se rasca la desalineada barba. – Es decir, niños con cojones y poder.

Arder | Versión en españolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora