—¿Sabes? —el cazador habló sin voltearse—. Pienso que eres increíble. He visto con mis propios ojos como escupes aire tan duro como una roca o levantar muros con los restos del bosque, o dejar nuevo un vestido hecho añicos. Cuando tus ojos se encienden me dan tranquilidad, dos faros rojos en medio de la noche...

—¿Qué haces?

—También te he visto desgarrar tus venas, enterrar esas tijeras en tu carne, y seguir como si nada. O acabar con feroces criaturas que yo ni siquiera había escuchado nombrar... —el paisaje se desplegaba lejos bajo sus pies—. Quizás por ese motivo siento que eres invencible. Que no habría fuerza en el mundo que pudiera separarnos. Pero eso es muy iluso, claro que puedes morir... y descubrirlo me hunde el pecho en una profunda agonía —se agachó de cuclillas al borde del precipicio donde estaba parado—. Si te vas por comer esa fruta, yo saltaré desde aquí.

—¿Puedes acercarte? —Diadema esperó a que su novio estuviera lejos de la cornisa para enfurecer— ¡¿Cómo se te ocurre decir una cosa así?!

—¡¿Cómo funciona esto?! ¡¿Tú te puedes morir y yo no?!

—¡¿Te quieres morir?!

—¡No!

—¡¿Entonces?!

—Entonces no mueras... —Jol tomó a Diadema para abrazarla con firmeza, el modo más efectivo para decirle que no la quiere perder.

—No tengo intenciones de hacerlo —dijo ella al responder el cariño—. Verás que todo saldrá bien.

Los novios se metieron a la cabaña como si fueran los dueños. Yaga daba vueltas por la sala sosteniendo delante de ella el cráneo, por las cuencas emanaba un vapor que la bruja esparcía con su movimiento.

—Así que han decidido intentarlo.

Mientras la nigromante buscaba en su cocina las frutas en cuestión, la pareja esperó en el mismo sofá que los recibió la primera vez. Era un poco extraño aguardar pacientemente para ingerir veneno, un sentimiento surrealista como pocos.

La mujer apareció con una acki en las manos, la bolita negra de pulpa roja, estaba fresca e incluso algo húmeda al ser lavada. Ya listos se dirigieron al exterior. Jol sostuvo la mano de su novia y esta le devolvió una sonrisa para tranquilizarlo, aunque le costó mucho mantenerla. Meterse eso no era tan facíl como la primera vez, en aquella ocasión la melancolía había nublado su juicio, acabando por completo con cualquier esperanza. Pero ahora tenía un motivo para desear un día más, y ese motivo la sostenía de la mano.

Con un temor que no conocía mordió con timidez un pequeño trozo del fruto. Lo saboreó, lo aplastó con los dientes y lo perdió en su garganta. La respiración del muchacho temblaba. Ella supo que no era suficiente y repitió el proceso una vez más. Su cuerpo respondió con una leve sensación y entonces realmente se sintió asustada. Apretó con fuerza la unión de las manos y se metió la fruta entera en la boca, sin perder mayor tiempo acabó de ingerirla.

Volteó para encontrar el rostro preocupado de Jol, aunque la imagen le duró pocos segundos antes de distorsionarse. Pronto el sonido imitó el comportamiento de la visión y la bruja tuvo que arrodillarse, el movimiento de las extremidades hicieron gritar de dolor a la supuesta insensible. Él tuvo que agacharse para no soltarla.

—¿Qué pasa, Di? —preguntó con el corazón en la garganta.

A la bruja le resultó imposible descifrar esas palabras, pues para ella solo fue un balbuceo distorsionado. Las exhalaciones se tornaron muy pesadas y el pecho comenzó a agitarse con violencia, algo que no había ocurrido la última vez. El cazador abrumado por la desesperación levantó a Diadema para apoyarla contra su pecho, sin saber el sufrimiento que eso le causaba.

—¡¿Qué le pasa?! —gritó a Yaga, que parecía conmovida, pero no se animó a responder.

La bruja roja comenzó a toser como si se estuviera atragantando, hasta que finalmente escupió sangre. Los órganos principales habían sufrido los efectos nocivos del veneno.

—Te... a... —los balbuceos se quedaron a medio camino. La cabeza, los brazos, las piernas, todo se desplomó.

¿Puedes cambiar esa cara? —preguntó el canario volando alrededor de Trisha.

—¿Quieres que haga un hechizo de transformación?

Sabes a lo que me refiero...

—Sí... —la rubia tenía ramitas incrustadas en el cabello y manchas de barro hasta las rodillas. Con la decisión de tomar pocos descansos y avanzar sin desviarse tuvo que meterse por terrenos pantanosos y espesos—. Es que últimamente no tengo el mejor ánimo del mundo.

¿Sigues con lo del humano?

—No es eso. Lo que ocurre es que desde hace varios días tengo un presentimiento terrible.

Los picos de Glish se alzaban a lo lejos, aunque la bruja electrica acortaba esa distancia con cada paso. Esas cimas también eran visibles en menor medida desde el campamento de las Wicca, donde Lu y Demetra ayudaban a reconstruir las chozas que tumbó el temblor.

—Tu sobrina estará bien —comentó la de sombrero al percibir el semblante preocupado.

—Es que no recuerdo haber visto un terremoto tan fuerte —respondió Lu cubriendo con barro unas ramas que actuaban de pared—. ¿Y si el coloso los atacó?

—Mejor no pienses en eso —Demetra acarició el rostro de la tía preocupada sin tener en cuenta que sus manos también tenían lodo y usó la manga de su vestido para limpiarlo—. Ya verás que Trisha volverá con ella.

Pero la fortuna obró muy lejos de todas esas intenciones. El cuerpo de Diadema perdió color y duplicó su peso en los brazos de Jol. Aunque lo más pesado cayó sobre su alma.

—¡Diadema! —el grito desgarrador retumbó—. Mi amor... —la movió un poco como si intentara despertarla y la cabeza colgó del cuello sin rumbo— ¡MI AMOR! —el movimiento fue más fuerte, y tuvo la sensación de estar sosteniendo una muñeca.

—No lo ha logrado... —dijo Yaga detrás de él.

—Ella puede... —la voz temblaba. Apoyó a su fría novia en el césped y hurgó el zurrón para sacar las tijeras—. Ella puede... —repitió al clavarse las puntas en la palma y la sangre que brotó fue directo a los labios violetas de Diadema. Un intento inútil, una esperanza fugaz—. ¡Ella puede! —las primeras lágrimas cayeron sobre la mejilla pálida para luego descender lentamente por el rostro, como si fuera la misma bruja quien lloraba. Y de pronto, un espasmo devolvió la luz a los ojos del cazador, un movimiento. La vegetación empezó a cubrir el cuerpo inerte, haciendo que se hunda bajo tierra; el cazador forcejeó con la naturaleza para que no se lleven a su amada, pero no pudo evitar la sepultura—. ¡¿Qué pasa?!

—Les dije que este bosque se mantiene con sacrificios —anunció Yaga al acercarse—. Se come todo lo que muere sobre él. Mira el lado bueno —rodeó a Jol con los brazos por la espalda, dejando una mano en su pecho y la otra en los abdominales—. Puedes quedarte conmigo y cuidar de su tumba...

El muchacho apretó los dientes y la apartó con un empujón. Antes de que pudiera reincorporarse le arrebató el cráneo de la cintura y con el brazo cubierto de oscuridad hizo crujir esos huesos.

—¡Espera! —se asustó la nigromante— Es la calavera de mi madre... por favor...

—¡Tú mataste a Diadema!

—¡Yo no he hecho nada! —admitió con sinceridad.

—¡Tráela de vuelta!

—Eso es imposible. Aunque tuviera mis poderes solo puedo reanimar cadáveres, no darles vida.

—¡VETE! —se quejó el cazador arrojando el cráneo para devolverlo. Yaga obedeció enseguida al recuperar el preciado objeto, pero luego de unos pasos volteó.

—Lo siento mucho... —dijo antes de meterse en su cabaña.

Jol se quedó en silencio, de pie frente a una amapola roja sobre el pasto. El más minimo movimiento perdió sentido, perdió hasta la última gota de voluntad, pues no había sitio en el mundo donde pudiera volver a ver la sonrisa de Diadema. 

UN SECRETO EN EL BOSQUEWhere stories live. Discover now