Capítulo 10.

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Con este eran cuatro días sin Valentina en casa, Juliana trataba de mantener las cosas bajo control y todo marchaba bien.

―¡Lana! ¡Lana, veeen!

Juliana resopló, no encontraba a su mascota por ningún lugar. Era hora de su comida, nunca se perdía ni un solo plato. Jamás.

―Lana. ―Llamó cuando llegó a la cocina y una vez más no la vio. Se desanimó.

Miró su reloj y se percató de la hora. Eran las seis de la tarde y ahora que recordaba Adrián aún no había llegado de su práctica de basket. Se supone que habría llegado a casa hace una hora.

A decir verdad, estaba muy preocupada.

Metió una mano a su bolsillo y sacó su móvil. Pronto envío el dispositivo a su oreja y esperó mientras la línea de espera sonaba.

Esperaba que Adrián le contestara rápidamente, pero en lugar de eso escuchó la timbrada de un celular cerca suyo. Frunció el ceño y siguió el sonido fuera de la casa. Abrió la puerta principal.

¿Hace cuánto estaba ahí?

Colgó la llamada al ver que claramente el adolescente, sentado en las escaleras del pórtico con las ropas llenas de lodo y su rostro escondido entre sus piernas, no le contestaría.

Suspiro de alivio al verlo en casa y se sorprendió al percatarse de que Lana también estaba ahí, pareciendo consolar a Adrián. Se acercó mientras guardaba su móvil.

―Oye, Adrián... ―fue ignorada, pero aun así tomó asiento a su lado y abrió en grande los ojos cuando vio los raspones en sus piernas. ―¡Estás herido! ¿Qué rayos te pasó?

El chico alzó su rostro y la vio con los ojos llenos de lágrimas rebeldes. Su corazón se encogió.

―No es nada, vete.

―No. No me iré hasta que me digas que rayos te hicieron, a mí no me puedes mentir. ―Lo miró desafiante.

El adolescente sorbió su nariz avergonzado por ser visto llorando. Negó con la cabeza cuando vio la mirada determinada de la mujer. Lana se levantó y empezó a lamer el rostro del chico, pero Juliana con un gesto la calmó.

―Sé que yo no te agrado, eso lo tengo claro, pero no voy a dejar pasar el hecho de que llegas tarde a casa con la ropa toda manchada y además de eso herido. Se supone que estás a mi cargo ya que tu mamá no está aquí. ―Juliana posó una mano en su hombro y el menor la miró con el ceño fruncido. ―No se lo diré a nadie, Adrián.

―Lo lamento, pero realmente prefiero guardarlo para mí mismo. Te pido que me dejes solo.

Juliana suspiró rindiéndose por ahora. Adrián era un chico muy reservado para que le cuente lo que sea que le hubieran hecho. Porque era obvio que alguien lo había ocasionado.

―Si ahora no estás listo para hablar lo entiendo... aun así, aviso que estaré hasta tarde en el comedor terminando un trabajo de la empresa, si quieres conversar o que te ayude con los raspones, ¿está bien?

Adrián asintió sin verla, volviendo a esconder su rostro y con una mano acariciar a la perrita.

La pelinegra se levantó y caminó hasta la puerta. ―Ah, y por favor no te quedes aquí hasta muy tarde, hace frío.

―Sí.

Juliana siguió su camino y cerró la puerta.

...

Dejó sus lentes de descanso a un lado y frotó sus cienes con cansancio. Eran las dos de la mañana y moría de sueño.

«Amo mi trabajo, amo mi trabajo, amo mi trabajo...»

Cenizas De Un Amor | ✓Where stories live. Discover now