Capítulo 4.

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―¡Ya, mamá! ―Se quejó Denisse al ser fotografiada por Valentina junto a sus hermanos por milésima vez.

―¡Sonrían! ¡Una vez más!

La familia Carvajal volvía a la rutina. De hecho, era el primer día de clases y de trabajo luego de unas bien merecidas vacaciones.

―¿Cuánto más vas a tardar? ―Adrián fastidiado preguntó. ―El señor Forrest nos está esperando.

Juliana vio la escena desde la puerta de la hermosa casa Carvajal. Valentina tomándole fotos de recuerdo a sus cuatro hijos bajo la luz del perezoso sol que apenas iluminaba.

El ambiente era familiar y lo amaba, aun así, sabía que debía hacer algo o los niños llegarían tarde a la escuela y ellas al trabajo.

―Val, creo que ya son suficientes fotos, ¿No crees?

Su esposa era sentimental cuando de sus hijos se trataba.

Según Valentina debía ser especial porque era el primer año de escuela primaria para los gemelos y quería un bonito recuerdo.

―Está bien... ―dejó de apuntar con la cámara a sus hijos ya impacientes. No podía contradecir a Juliana. ―Bien, ya pueden irse.

―Al fin. ―Suspiró con fastidio. ―Nos vemos en la tarde. ―El adolescente se despidió a lo lejos agitando su mano de forma rápida, Valentina asintió a su dirección. Adrián dio media vuelta y se montó en la camioneta negra. Su movilidad privada.

Denisse se acercó a ellas para dejar un beso en la mejilla a Valentina como despedida. Miró a Juliana cuando se alejó y le sonrió un poco. ―Adiós, Juliana. ―Se dio media vuelta y caminó hasta la camioneta que les esperaba.

Los niños que esperaban su turno abrazaron a ambas, a su mamá y recibieron besos toscos en la cara. Valentina no era del todo delicada, además sus manos eran un poco rasposas. Bueno, a los niños no les importaba mucho pues se habían acostumbrado.

―Los amo, por favor tengan mucho cuidado, obedezcan a su maestra y no se metan en problemas. Y eso va para ti, Sebastián. ―Dijo Valentina acomodando sus uniformes de escuela privada. ―Los amo.

―¡Yo también, mami! ―Exclamó Alejandro.

―¡Pero yo más, ma! ―Puchereó Sebastián.

La pelinegra sonrió por la escena.

―¡Bye, Juliana!

La mencionada parpadeó sorprendida viendo como Alejandro se despedía de ella agitando su mano emocionado y a Sebastián también, pero más calmado, ambos a tan solo pasos frente suyo. Juliana les devolvió el gesto con una sonrisa que le hizo cerrar sus ojitos, atrapando su atención y la de Valentina.

―Cuídense mucho, y hagan muchos amigos. ―Dijo con voz suave y poniéndose a su altura, acariciando sus cabellos.

Los niños se sintieron bien porque Juliana tenía esa calidez.

―¡Síp, bye! ―Sebastián tomó la mano de su hermano y salieron corriendo hasta la movilidad.

«Al menos tratar con ellos es más fácil.»

Eran tiernos y bien portados, aunque Sebastián hiciera unas cuántas travesuras.

―Vamos, llegaremos tarde.

...

―¡Juli! ¡Te estaba esperando! Tú nunca llegas tarde. ―Juliana fue rodeada por dos delgados brazos.

Era Eva, su mejor amiga.

―Necesito que me cuentes todo de tu luna de miel, pícara. ―Le guiñó un ojo haciéndola sonrojar y ver de costado a Valentina que se veía muy tranquila.

―Lo sé, lo sé, te contaré todo, pero ahora debo ir con mi hermana. ―Dijo apenada e Eva asintió para dejarle un abrazo. ―Luego, ¿Sí?

―¿Lo prometes?

―Claro.

―¡Bien! Te quiero. ―Un último abrazo. ― Y adiós, Valentina. ―Se despidió ella para caminar lejos.

Juliana volvió a tomar la mano de Valentina quién la sujetó con fuerza, cruzando las oficinas para poder llegar a la oficina de Joseph, el jefe de la empresa. Pronto estaban dentro de la gran y elegante oficina siendo abrazadas, o bueno, solo Juliana.

―Mi pequeña. ―Joseph se separó de la menor y dejó un último beso en su frente. Valentina trató de disimular una mueca. ―Te estaba extrañando.

Si bien Joseph y Juliana se decían ser hermanos no lo eran, al menos no de sangre. Ambos fueron adoptados por una pareja que, según Joseph le contó, eran unos hijos de puta. Eran malos padres, demasiado exigentes y los maltrataban. Sólo se tenían ellos y a nadie más, por lo que son realmente muy unidos.

Valentina sabía que Joseph era su mejor amigo y Juliana su linda esposa, pero a veces verlos tan cariñosos sacaba su pequeño lado celoso.

¿Porqué? Porque Joseph siempre robaba la atención de Juliana.

―Bebé... ―su pequeña esposa la llamó con una pequeña sonrisa y las mejillas rojas por haber sido apretadas. Culpa de Joseph. ―Te dejo, debo ir a mi escritorio. Joseph tiene unas reuniones que debo organizar. ―Dijo rápidamente, robándole un beso en la comisura de sus labios. Valentina posó una mano en su cintura y le dio un pequeño apretón.

Juliana era secretaria de Joseph y tenía siempre trabajo que hacer.

―Nos vemos en el almuerzo.

―Claro que sí. ―Le sonrió sin mostrar sus dientes y soltó su cintura.

―¿Podríamos comer en tu oficina?

―Todo lo que quieras. ―Dijo rápidamente, porque Valentina hacía todo lo que Juliana le pedía, quería o deseaba. Sin peros.

―Hasta entonces. ―Se dirigió a Joseph. ―Adiós. ―Se separó y caminó lejos.

Valentina sonrió por su elegante andar, moviendo ligeramente las caderas y luciendo sus largas y torneadas piernas.

―Eh, no la mires tanto.

―No podría no hacerlo.

La mirada seria de Joseph la hizo carraspear. Era muy protector con Juliana, eso nadie se lo quitaba.

―Ya eres una mujer casada. ―Se acercó a uno de los sillones en su oficina donde una bolsa de regalo descansaba, sus manos la tomaron y de ahí sacó una botella de vino. ―Y eso hay que celebrarlo. ―La movió con diversión.

Valentina soltó una pequeña risa pues pronto ya tenía una copa de vino en su mano derecha.

―Me alegra que al fin te hayas dado otra oportunidad, además con Juliana, la más linda de todas.

―Sí... ―movió el contenido de su copa. ―La más linda.

Estaba casada, compartía techo y recibía las atenciones de la más linda y dulce de todas, pero había algo que la molestaba y es que no sentía su corazón completo, es más, ella misma no se sentía completa como pensó que lo haría. Y sabía el porqué.

―No te ves muy animada. ―Joseph frunció el ceño cuando Valentina la miró como si no hubiera escuchado lo que dijo.

―¿Hm? ¿Como dices? ―Perdido en su mente.

Joseph suspiró. ―Lo que sea... sólo diré que si la lastimas te parto las piernas.

Valentina carcajeó. ―Nunca lo haría. ―Respondió dándole otro trago a su copa.

Pero no convenció a Joseph. Y se prometió luego hablar seriamente con ella, por ahora, debía ver cómo iban las cosas.

Cenizas De Un Amor | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora