Capítulo 37

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Amaneció pero todos nos levantamos tarde. Tampoco era muy tarde ya que, el día anterior Yael y yo nos levantamos a la hora de comer, y ese día sobre las doce.

Me di la vuelta en la cama y vi vacío el lado de Layla. Abrí los ojos y me estiré para poder ponerme de pie y salir de la habitación. Cerré detrás de mi y me choqué con Nico por el pasillo. Lo miré a los ojos y fue algo incómodo, para qué mentir. Me puse nerviosa después de lo que pasó por la noche en la piscina, e intenté abrir la puerta del baño mil veces pero estaba cerrada.

— Joder, ¡que está cerrado! — gritó Layla desde el otro lado sin aliento.

Me esperé a que abriera la puerta mirando hacia otro lado para evitar encontrarme con su mirada.

— Hum..., voy a bajar al baño de abajo — habló algo nervioso.

Asentí frunciendo los labios con lentitud. Escuché sus pisadas escaleras abajo y suspiré. Cuando me pongo nerviosa digo cosas sin sentido y quise evitar eso por completo.

Escuché el pestillo de la puerta del baño y me eché a un lado para que Layla pudiera salir con facilidad.

— Cuanta prisa por la mañana — salió con los labios enrojecidos —. Te cuidado no te cueles por el bater si tanto te meas — bromeó dándome un beso en la mejilla al mismo tiempo que Seth salía detrás de ella.

La miré incrédula y sonreí antes de meterme dentro. La que tenía prisa esa mañana no era exactamente yo.

Me lavé la cara con agua y me cepillé los dientes. No tenía sentido cepillármelos antes de desayunar, pero empecé a hacerlo desde pequeña y al crecer se volvió una costumbre que por mucho que lo intentara, no me podía quitar.

Cogí el peine que había al lado del lavabo y me peiné el cabello para no llevarlo tan desordenado. Mientras lo cepillaba, noté varias marcas pequeñas por mi cuello.
Dejé el peine y me bajé el cuello de la camiseta para observarlo bien.

— No puede ser — dije en voz alta al ver que también tenía pequeñas marcas en mis pechos.

Me toqué el cuello y me mordí el labio interior. Odiaba las marcas, y más cuando se veían.

Me coloqué bien la camiseta e intenté taparme las marquitas todo lo que pude para que se vieran lo menos posible.

Salí del baño y bajé las escaleras para ir a desayunar. Me los encontré a todos en el jardín desayunando, mientras hablaban de cosas que no lograba escuchar por la distancia que nos separaba.

Me hice un café con hielo, y agarré uno de los croissants rellenos de chocolate que compraba siempre Layla por si le daba hambre a cualquier hora. Estaban deliciosos. Lo llevé todo a la mesa donde estaban los demás y me senté junto a Lay. Nico y Yael quedaron delante de mi.

— ¿Dónde estuviste anoche? — se acercó Lay a mi oído. Tragué rápidamente el sorbo de café que me llevé a los labios.

— Contigo.

— Ya — frunció el ceño y se separó observándome con cautela. Me miró de arriba abajo y después miró a Nico, que estaba mirándome a los ojos fijamente.

Volvió a posar su mirada en mi y se acercó de nuevo a mi oído.

— De mi casa hoy no te vas — se alejó mirándome el cuello con una sonrisa pícara.

La miré y no pude evitar reírme. Layla sabía ocultar muy bien las cosas, y era absurdo que intentara esconderle algo si era más que obvio que lo sabía. Aprendí de ella.

Terminamos de desayunar y me levanté para dejar lo mío en el lavaplatos. Layla volvió a mirarme esperando que me acercara a ella, y yo volteé los ojos soltando una risa.

Mi vecinoWhere stories live. Discover now