Capítulo 25

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Eran las diez y media de la mañana y a ambos nos despertó la luz que venía de la ventana, la cual estaba abierta de par en par.

Me levanté de la cama, me miré en el espejo y vi mis ojos completamente negros del maquillaje. Me di la vuelta y cogí mi neceser donde tenía mis cosas para desmaquillarme e hidratar mi piel.

— ¡Demonios Bela, que susto! Pareces la niña del exorcista — soltó Yael restregando sus manos por sus ojos para despertarse.

Lo miré con cara neutra lanzándole los pantalones del pijama.

— Quítate lo que llevas puesto y ponte esto, no vaya a ser que, después de todo, lo fastidiemos por unos pantalones — dije mientras él los cogía al vuelo.

— Que buen despertar tienes por la mañana.

Cerré la puerta del cuarto y fui hacia el baño. Necesitaba lavar y asear mi cara. Ya no era solo para que no nos descubriesen, sino porque necesitaba sentirme limpia y notar frescor por cada facción de mi rostro.

Me sequé con la toalla y me sentí como nueva. Al mirarme en el espejo recordé lo que pasó con Isaac. No me arrepentía ni mucho menos. Me encantó la manera en la que me tocaba. Eran leves caricias que hacían que tu cuerpo se encendiera por completo, pero para mi gusto, me faltó algo más.

Hizo que mi cuerpo entrara en calor y que, con sus besos, me recorriera un escalofrío por la espalda, pero no tenía esa intensidad que me imaginé.

Dejé de pensar en eso, apagué la luz del baño y volví a la habitación. Yael seguía tirado en la cama, pero con el pijama puesto.

— ¿No vas a bajar a desayunar? — pregunté dejando mis cosas encima de su escritorio.

— Ahora en un rato. Ve bajando tú.

Estaba enroscado en la almohada con los ojos cerrados. La verdad era que yo también tenía bastante sueño, pero una vez despierta, no conseguía pegar ojo.

Bajé y me encontré a los cuatro sentados alrededor de la mesa con una taza de café en sus manos.

— Buenos días — sonreí pero nadie me miró.

Fruncí el ceño y me dirigí hacia la cafetera.

— ¿Dónde está tu primo? — preguntó mi tío David.

— Arriba, durmiendo.

Me miró con extrañeza mientras yo seguía preparándome el café. Mi instinto me decía que algo no iba bien. Pasaba algo, y podía notarse un poco en el ambiente.

Terminé de preparar mi desayuno, y al levantar la mirada vi como Yael bajaba lentamente las escaleras. Nuestros padres se miraron y después alternaron la vista entre ambos de nosotros.

— ¿Habéis dormido bien? — preguntó mi madre.

Entorné los ojos y respondí con un simple sí. Yael se acercó un poco más hacia mi para enterarse mejor de lo que pasaba.

— ¿No tenéis nada que contarnos?

Nos miramos entre todos y sentí miedo. Realmente estaba nerviosa por lo que podía pasar.

— Bien, lo diré yo. Anoche os vimos a ti — dijo mi tía Beth señalando a mi primo —. y a ti Bela, borracha, pasar por la catedral mientras te caías al suelo.

Intenté no mirar a Yael para que no pensaran que estaban en lo cierto; Aunque Yael habló.

— Habéis tenido que pensar mucho en esta mentira, ¿no?

— ¿Mentira? Observar este vídeo para ver si mentimos — estiró el brazo sosteniendo el móvil.

Casi me quedé sin respiración. Me empezaron a sudar las manos, con ese sudor frío cuando te ponías nerviosa, porque nos acababan de pillar.

Mi vecinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora