Capítulo 15

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"Del odio al amor solo hay un paso. Del amor al odio solo un engaño."

-Anónimo

Camila Cabello

Ella parecía estar al límite. Sus hombros estaban tensos, su mandíbula apretada. Karla solo había estado con ella unas horas, y ya podía notar el estrés que le había causado.

Quería ir a ella, abrazarla y decirle la verdad, pero no podía. No le haría eso a mi padre, no importaba lo malo que fuera continuar esta farsa.

Se había vestido para el trabajo, pero estaba aquí en mi porche caminando de un lado a otro.

Luego me dijo que Karla estaba de camino a París y todo tuvo sentido. Probablemente le había dejado una nota que sonaba tan insensible y cruel como ella, y probablemente lo había hecho mientras ella dormía sin siquiera mirar atrás. Mientras tanto, yo había tocado la cama vacía y la había echado de menos antes de salir de la habitación que se suponía que era nuestra.

¿Cómo podíamos ser parientes?

¿En dónde estaba su corazón?

Tal vez yo había recibido todas las emociones cuando estábamos dentro del vientre de mi madre. Tal vez Karla no tenía ninguna, y yo tenía demasiadas.

Odiaba dejarla marchar sin respuestas. Sin amor. Sin besos. Quería hacer todas esas cosas por ella, pero no podía. La vi alejarse con el corazón en la garganta y con lágrimas en las mejillas.

Karla Cabello.

Mi hermana.

La amaba, pero era una persona terrible.

Ella estaba haciendo lo que fuera, disfrutando de la vida, probablemente comiendo un croissant y coqueteando con un camarero francés. Mientras tanto, yo me sentía miserable. Nunca había estado tan triste en toda mi vida. Todo en lo que había podido pensar cuando salí de su casa era en Lauren volviendo a casa, tirando a mi hermana en la encimera de la cocina y perdiéndose dentro de ella. Quería vomitar cada vez que se me cruzaba por la cabeza y me ahogaba en celos.

Ella la llamaría por su nombre, y esta vez, sería el nombre correcto para la chica correcta.

¿Notaría alguna diferencia?

¿No fui nada para ella?

No hace falta decir que en los días siguientes pasé más tiempo deprimida en la casa que en cualquier otra cosa. Fue la depresión más profunda que jamás había experimentado.

—Camila, ¿estás preparada para ir con tu padre a su cita de hoy? Hay algo de papeleo del que tengo que encargarme en la oficina —me preguntó mi madre.

Me sorprendió que me lo pidiera. Normalmente, me decía que hiciera algo como si no tuviera otros planes en mi vida. No los tenía, por supuesto, pero ese no era el punto.

—Claro. No me importa. Será agradable pasar algún tiempo con papá.

Y lo sería.

No había pasado mucho tiempo con él desde la boda, y con él teniendo dificultades para recibir sus tratamientos de quimioterapia, no quería perder ni un solo minuto que pudiera pasar a su lado.

Lo llevé al hospital y me estacioné cerca de la puerta. Saliendo del auto, fui a la cajuela y saqué su silla de ruedas. No siempre la había usado, pero los últimos meses habían sido duros para él. Necesitaba ayuda para salir del auto, pero una vez que estuvo de pie junto a la silla, me subí al auto, estacioné unas cuantas filas atrás y luego regresé para acompañarlo adentro.

Cuando la enfermera lo llevó a la sala para su tratamiento, fui a la oficina de facturación y esperé en la sala de espera. Quería volver con papá lo antes posible, pero sabía que tenía que ocuparme de esto primero. Necesitábamos más tiempo. El papeleo que Karla había intentado llenar para mamá estaba mal. Mamá lo había corregido y me pidió que lo entregara.

Una vez que la empleada de facturación me llamó, me senté en la silla frente a su escritorio y puse el papeleo frente a ella.

—¿Qué es esto? —preguntó, mirando por encima de la página superior.

—Es la solicitud de ayuda financiera.

Me miró con confusión presionando sus cejas.

—¿Y esto es para Alejandro Cabello?

Asentí.

—Sí, señora.

Se dio la vuelta y empezó a escribir algo en la computadora. Después de ponerse los anteojos, leyó en la pantalla.

—Cariño, la atención médica y los tratamientos futuros de Alejandro Cabello ya están pagados.

Quedé boquiabierta y estaba segura de que la había oído mal.

—¿Disculpe?

—Sí. Aquí dice que todas las cuentas han sido pagadas, y todo tratamiento futuro está cubierto hasta nuevo aviso. —Sonrió—. Parece que tu padre tiene todo arreglado.

Salí de su oficina sintiéndome un poco más ligera.

Lauren Jauregui.

Había leído el papeleo, había visto el problema y lo había solucionado.

Era mi superheroína, pero la estaba engañando de la peor manera posible. Ahora que había pagado todas las cuentas médicas de papá, no había manera de que pudiera decirle la verdad. Era mejor dejarla ir y ser feliz con lo que tenía. Con suerte, ese sería un padre saludable.

A partir de ese momento, las cosas se pusieron un poco más fáciles para nosotros. Me mantuve tan ocupada como podía. Si no descansaba, no tenía ni un minuto para pensar en ella y en lo mucho que echaba de menos todo lo que teníamos.

Karla se quedó en París, sin siquiera tomarse el tiempo de llamar para ver cómo estaba papá. Estaba llegando al punto de que estaba empezando a despreciarla. ¿Qué clase de hija huye a otro país en un momento tan crucial en la vida de su padre y sin ni siquiera tener la decencia de llamarle para ver cómo estaba?

Como sea.

Papá se sentía mejor.

Mamá estaba empezando a sonreír más.

¿Y yo? Estaba empezando a sentir que podía respirar de nuevo.

Tres semanas después, eso cambió cuando me desperté sintiéndome mal. El estómago me daba vueltas y la cabeza me latía con fuerza. Estaba segura de que me estaba muriendo. Cuando pensé que ya no podía aguantar más, salí de la cama, corrí al baño y vacié mi estómago. Incluso sin nada en el estómago, me estremecí.

Después de tres mañanas de eso, estaba empezando a sentirme mareada y sabía que ya era hora de ir al médico. Conduje sin preocupar a mis padres, y cuando llegué allí, tuve que esperar treinta minutos. Para cuando me llamaron, no estaba segura de si podía estar de pie.

La enfermera me indicó que orinara en una taza antes de que me pusieran en una habitación. Ella llegó unos minutos más tarde y tomó mis signos vitales, y una vez más, estuve sola en la habitación.

Después de otros diez minutos, la puerta finalmente se abrió, y el doctor entró.

—Hola, señorita Cabello, ¿Cuál es el problema?

Tenía la cabeza hacia abajo mientras hacía esa pregunta, y podía oír el rasguño de su pluma desde donde estaba sentada.

—Estoy enferma. Tengo náuseas y constantes vómitos. No puedo retener nada de comida. Estoy cansada. Creo que tal vez es algún tipo de enfermedad estomacal.

Él levantó la vista de los papeles con una sonrisa.

—Yo diría que esos son síntomas normales para una mujer con su condición.

La confusión se apoderó de mí.

—¿Y a qué condición se refiere?

—Está embarazada, señorita Cabello.

Publicado el 1 de abril del año 2022

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