Capítulo 4

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"Omitir las verdades no es otra cosa que una variedad refinada de la mentira."

-Almudena Grandes

Camila Cabello

Estar con Lauren era todo lo que imaginé que sería. Después del agotamiento de fingir ser mi hermana alrededor de cientos de personas, era un alivio fingir solo con una persona. Una persona que, por lo que podía ver, realmente no sabía mucho sobre mi hermana, ya que parecía feliz de aceptar que yo era ella a pesar de que estaba constantemente metiendo la pata.

Mi timidez no dejaba de asomarse sin importar cuánto intentara controlarla. Y, aunque estaba tratando de exudar la confianza de mi hermana, no podía evitar sentirme la chica más afortunada del mundo por pasar el tiempo con la mujer de la que había estado enamorada una buena parte de mi vida.

Eso fue hasta que me arrojó sobre el hombro y comenzó a regresar a nuestro búngalo. Era nuestra noche de bodas, y sabía lo que se esperaba. No es que no quisiera estar con Lauren. Quería. Pero, aun así, estaba nerviosa ya que sería mi primera vez. Afortunadamente, mi hermana me dijo que nunca se había acostado con Lauren. De lo contrario, no estaba segura de haber podido hacerlo.

Una vez llegamos a la puerta, me puso en pie y me sonrió. Sacando la llave, abrió la puerta. Me moví para cruzarla, pero, antes de que pudiera hacerlo, se inclinó y me levantó. Me puse rígida en sus brazos; no estaba acostumbrada a ser tratada así. Nunca me prestaron mucha atención, mucho menos me levantaron y me cargaron como si no pasara nada.

—Si vamos a hacer esta cosa de estar casadas, podríamos hacerlo bien, ¿verdad?

Asentí, sintiendo una risita subiendo por mi garganta.

Nunca la había visto tan juguetón. Era otro lado de Lauren para que me enamorara.

Me llevó por el umbral y luego me bajó una vez más para girarse y cerrar la puerta. Una vez que se cerró la puerta, la habitación pareció cerrarse a nuestro alrededor. El silencio envolvió el búngalo, dejando solo los sonidos del agua fluyendo por las vigas debajo de nosotros.

Me miró fijamente, sus ojos esmeraldas se oscurecieron, y luego se estiró y pasó su dedo por un lado de mi cuello. La electricidad me picó en la piel donde me tocó.

—Esto también es diferente para mí. —dijo.

Confundida, le pregunté:

—¿Qué quieres decir?

—No soy una mujer blanda, pero, por alguna razón, quiero serlo contigo.

Tragué, mi corazón se derritió ante sus palabras.

Una vez más, su dedo rozó mi cuello.

— Karla —susurró el nombre de mi hermana, enviando una ola de escalofríos por mi cuerpo. Uno, porque era el nombre de mi hermana. Y dos, porque su aliento rozó mi piel y me hizo temblar.

—¿Sí?

No respondió. En cambio, me sorprendió cuando se inclinó y me besó. Sus labios eran ardientes y exigentes. Sus dedos se tensaron sobre la falda de mi vestido, acercándome hasta que estuve pegada a ella; agarró mi trasero y me levantó. Como si hubiera hecho esto antes, envolví con las piernas su cintura y jadeé en su boca cuando presionó contra mi centro.

Nos giró hasta que sentí mi espalda contra la pared. Una vez más, se presionó hacia mí, y su dura longitud rozó las partes más sensibles de mí. Sentía las bragas de algodón ásperas contra mi clítoris, haciéndome temblar cada vez que se movía contra mí.

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