Capítulo 8

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"El modo en el que la gente te trata es su karma, mientras que cómo reaccionas es el tuyo"

- Wayne Dyer 

Lauren Jauregui

Ella iba a ser mi muerte. Estaba segura de ello. Lo único que me apetecía hacer era empujar dentro de ella y quedarme allí por siempre. Nunca me había sentido así por nadie antes y, sin embargo, en tan solo un par de días estando lejos, Karla había cambiado completamente nuestra relación.

Tal vez el matrimonio hacía eso.

Tal vez simplemente la estaba viendo diferente por nuestra nueva conexión.

Pero podía verme a mí misma enamorándome de mi esposa cuando antes no había creído que fuera posible. Karla solía ser fría y distante, pero aquí en Bora Bora, rodeada de calidez y la luz del sol, estaba resplandeciente y actuaba apasionada.

Lo era todo.

Nos llevé fuera del agua y la dejé sobre sus pies cuando llegamos a la arena. Una vez que recogimos nuestros zapatos y su ropa, nos tomamos de las manos y nos dirigimos hacia la sorpresa que tenía para ella.

— Dime, Karla. ¿Qué tan valiente eres? —Me miró con los ojos muy abiertos.

— ¿A qué te refieres?

Me reí, ansiosa por ver la expresión en su rostro cuando llegáramos a nuestro destino. Y cuando pudimos ver los coloridos paracaídas en el aire y los botes, la comprensión llegó a su rostro. Su boca se abrió y la preocupación hizo que su ceño se frunciera.

Sosteniendo su mano con fuerza en caso de que echara a correr, la dirigí hacia el muelle donde una línea de botes se balanceaba ligeramente sobre el agua. Había gente deambulando por el muelle, cegándome con su ropa tropical y de colores neón. Llegando al último bote, nos encontramos con algunos residentes instalando un parapente de todos los colores del arcoíris para nosotros.

Cuando me acerqué al bote, ella se detuvo, intentando clavar sus sandalias en la madera del muelle.

—¿Estás bien? —le pregunté.

No respondió, pero podía ver en sus ojos que estaba asustada.

—Puedes decir que no si quieres, pero me encantaría que hicieras paravelismo2 conmigo.

Simplemente se quedó allí parada, observándome.

—Vamos. Nadaste con tiburones. Eres una mujer salvaje, ¿recuerdas?

—Tiburones bebés —aclaró.

—Un tiburón es un tiburón. El punto es, eres la mujer más valiente que conozco.

Sonrió, dándole un pequeño apretón a mi mano antes de sorprenderme diciendo:

—¿Sabes qué? Hagámoslo. Haría lo que fuera contigo.

Mi corazón dio un salto ante su confesión. Karla nunca me había hablado con tanta dulzura. Era como si Bora Bora tuviera magia en el aire y ella la estuviera inhalando toda.

Nos subimos al bote, y la sostuve para que no se cayera cuando se balanceó ante nuestro peso.

—¿Nunca habías estado en un bote? —pregunté.

—Ha pasado un tiempo desde la última vez.

—Tendrás tus piernas de mar en un segundo.

Una vez se encontró lo suficientemente cómoda para sentarse, nuestro guía nos explicó el proceso del paravelismo. Cada vez que mencionaba algo que asustaba a Karla apretaba mi mano, como si aquello la hiciera sentir mejor. Me gustaba ser su cable a tierra, de alguna manera. Quería ser fuerte para ella. Me necesitaba y me encantaba que lo hiciera.

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