«¡Oídme todos para que os manifieste lo que en el pecho mi corazón me dicta!»

Comenzar desde el principio
                                    

Tuve que hacer uso de todas mis fuerzas para no sucumbir al impulso de abandonar la cocina sin mediar palabra. Me quedé quieta bajo el marco de la puerta, confrontándole. Después de todo, yo no le había hecho absolutamente nada.

«Salvo confiar en él», me recordé. Ese, sin duda, había sido mi mayor pecado. No se podía confiar en personas como Apolo. Su propia hermana me lo había advertido.

Desvié la mirada y pasé por su lado como si su mera existencia fuese indiferente para mí. Sin perder el tiempo, y con el objetivo de estar en su compañía el menor tiempo posible, abrí el frigorífico, inspeccionando su interior. La piel de la nuca se me erizó bajo el peso de su mirada. Para mi desgracia, le conocía lo suficiente como para saber que su única intención era incordiarme, por lo que no le di el gusto de caer en sus provocaciones y me limité a coger varias frutas al azar. Ambos pasamos varios segundos en completo silencio mientras yo cortaba, quizá con demasiado ímpetu, una pieza de fruta sobre la encimera.

—Te apuesto un dólar a que adivino lo que estás pensando —comentó con aire tranquilo. ¿De verdad pensaba que iba a bromear con él como no hubiese estado a punto de morir por su culpa? Él continuó hablando con presteza, ajeno a mis miradas furibundas—. Quieres despellejarme lentamente. Por experiencia, te diré que no es un procedimiento muy agradable. Una vez lo puse en práctica con un sátiro que se creyó mejor que yo tocando el aulós, así que, si me pidieras mi opinión, te recomendaría un método menos tedioso.

Continué con mi labor, ignorándole.

»—¡Oh, vamos! —exclamó—. No seas rencorosa.

La hoja del cuchillo golpeó contra la superficie de granito cuando lo clavé con más fuerza de la necesaria. Haciendo uso de toda mi voluntad, pues no daba crédito a lo que acaba de oír, traté de no rebanarle el pescuezo.

—¿Rencorosa yo? —inquirí con voz chillona—. ¡Casi me matan por tu culpa!

Apolo guardó un breve silencio, como si estuviese meditando su próxima elección de palabras. Su rostro se contrajo en una mueca de disentimiento antes de afirmar:

—Ese es, de hecho, un buen punto. Pero ya me disculpé en su momento, así que...

Me giré hacia él como una exhalación, enfrentándole directamente.

—¿Qué te disculpaste? —repetí, anonadada—. ¡¿Qué te disculpaste?! Te juro que...

—Creo que deberíamos continuar esta conversación cuando no estés armada.

Seguí la dirección de su mirada hasta la mano en la que seguía empuñando el cuchillo, que solté sobre la superficie pétrea de la encimera. Apolo era, posiblemente, el único ser viviente sobre la faz de la tierra capaz de hacerme perder los nervios por completo. Tras varias inspiraciones profundas, me vi con las fuerzas suficientes como para volver a hacerle frente. Tenía una lista enorme de preguntas que llevaban días forjándose en la fragua de mi cólera, pero en ese momento solo fui capaz de pronunciar en voz alta aquella que me mortificaba:

—¿Por qué lo hiciste?

Instintivamente, y motivada por una incomodidad repentina, retrocedí levemente cuando el dios dio un paso hacia mí, haciéndome plenamente consciente de la leve distancia que nos separaba. Mis rezos porque él no se hubiese percatado de mi movimiento se fueron al traste cuando un amago de sonrisa tironeó de una de las comisuras de sus labios.

—¿Por qué no?

Sabía que Apolo no acostumbraba a pasar largas temporadas entre los mortales y, debido a ello, no estaba muy familiarizado con la empatía, pero, aún conociendo eso de él, no pude evitar que su respuesta me enfureciese. Sin pensar en nada más que en poner distancia entre nosotros antes de acometer un homicidio, le di la espalda para abandonar la estancia. Estaba ya a punto de hacerlo cuando su voz reverberó contra los azulejos blanquecinos:

É R I D E [PÓLEMOS #1] | TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora