· c i n c u e n t a & n u e v e ·

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Me encantaba la velocidad

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Me encantaba la velocidad. Por eso mis padres no me dejaron tener moto hasta que comencé a la universidad y demostré ser lo suficientemente responsable.

No sobrepasaba los límites cuando podía haber cualquier peatón o la carretera era peligrosa. Nunca antes había tenido un accidente, y siempre controlaba.

Hasta que un día, dejabas de hacerlo.

En realidad, no solo fue culpa mía.

Recuerdo estar a punto de adelantar a Ben y Alia. Me estaba metiendo ya para el carril contrario, pero noté la furgoneta avanzando demasiado rápido y decidí continuar un rato tras ellos.

Entonces el coche de Ben giró de pronto, asustándome. Fui a frenar, sin saber qué pasaba, pero era ya era tarde.

Quizás hice las cosas bien. Quizás controlaba.

El coche que continuaba avanzando directo a mí en sentido contrario, no lo hacía.

Quise girar como había hecho mi hermano, pero todo sucedió muy deprisa y no me dio tiempo.

También recuerdo haber chocado contra el coche mientras giraba el volante de la moto, hasta que salí despedido por la fuerza del impacto. Y luego caí, mucho más adelante.

Después de eso todo se volvió negro... hasta ahora.

—¿Qué ha pasado?

Parpadeé mirando a mi alrededor. Había demasiada luz. Demasiadas voces.

—Accidente de carretera —respondió apresuradamente una mujer—. Chocó contra un vehículo y rodó por el suelo.

Es verdad. Recuerdo eso también. Caí contra el asfalto de la carretera, pero la velocidad a la que lo hice provocó que girase una y otra vez hasta terminar sobre el arcén.

—Tiene fracturados varios huesos y sospechamos de hemorragia interna.

Tardé unos segundos en percatarme de donde estaba. Parecía un hospital. Había gente con trajes blancos y azules corriendo de un lado a otro, llevando material quirúrgico.

No solo era un hospital, era un quirófano de operaciones.

—Este chico está muy mal —comentó la misma mujer, con tono preocupado.

¿Lo estaba? Entonces, ¿por qué no sentía nada?

Me moví un poco más, sorteando a los sanitarios que no parecían notarme...

hasta que me vi.

Estaba tendido en medio la camilla. Alguien me había quitado la ropa y podía ver un hueso saliendo de la pierna. Un enfermero trataba de colocarme oxígeno y había por lo menos cinco personas tocándome.

Tocando mi cuerpo.

¿Qué estaba pasando?

Di un paso hacia atrás, alejándome despacio de aquel lugar. Un monitor pitaba controlando los latidos de mi corazón. Eran muy lentos.

Continué retrocediéndome hasta que salí de allí. Sin embargo, aunque ya no los veía, sí los escuchaba. La mujer continuaba lamentándose de lo joven que era. Un hombre preguntaba por mi tipo de sangre.

¡Cero negativo!, quise gritar. ¡Soy cero negativo!

Pero sabía que nadie me escucharía. Porque si yo estaba allí, físicamente, la única razón por la cual podría encontrarme así era que...

Salí corriendo por el largo pasillo lleno de sanitarios que pasaban a mi lado sin mirarme, negándome a creerlo.

Esto tenía que ser el comienzo, no el final. Iba a cambiar mi vida. Iba a luchar por mis sueños. Iba a estar con...

—Alia.

Su nombre salió de mis labios cuando la vi, pero ella ni siquiera miró en mi dirección. Estaba sentada en unas sillas de plástico al lado de mi hermano.

Me acerqué a ellos a la vez que lo hizo una chica con un traje rosa, parecido a los que había visto dentro del quirófano, pero con otro color. Los dos tenían los ojos enrojecidos, pero por lo demás, parecían estar bien.

De alguna forma tonta, eso me hizo sentir un poco mejor.

"¡Traed el desfibrilador!", gritaron dentro de mi cabeza.

Me agaché delante de Alia, pero ella tenía la mirada puesta en el suelo. Sus ojos brillaban todavía por las lágrimas.

—Necesito contactar con vuestros padres —le dijo la mujer a mi hermano—. ¿Podrías apuntar su teléfono aquí?

Su voz sonaba educada, pero también complaciente. Como si tratara de usar todo el tacto posible para pedirle a mi hermano algo tan simple como el número de teléfono de nuestros padres.

"Lo estamos perdiendo...".

Ben asintió y tomó el bolígrafo y papel que la mujer le acercaba. Su letra estaba torcida, pero pude notar que los apuntó bien.

Levanté la mano hacia Alia, queriendo tocar su rostro, aunque mis dedos no pudiesen notar su piel. Cuando lo hice ella cerró los ojos por unos segundos. Las lágrimas caían.

Los pitidos se hacían cada vez más lejanos, al igual que las voces. Empezaban a molestar menos.

—Siento tener que preguntarle esto, pero, ¿sabe si su hermano es donante de órganos?

Sí, lo soy.

Frente a mí Alia emitió un largo gemido y se llevó el puño a la boca, clavando los dientes con fuerza mientras lloraba. Pude ver sangre saliendo de su piel por la fuerza que utilizaba.

Quise consolarla. Quise tomar su mano y decirle que todo estaba bien... pero no pude.

Ben no respondió y la mujer no presionó. Se llevó los papeles y se acercó a un teléfono fijo.

—¿Acaso es momento de preguntar algo así? —Escuché que decía mi hermano.

Su voz también sonaba quebrada.

Quería gritar.

No, no era el momento. Pero era necesario. Y lo era porque...











 Y lo era porque

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Una Traviesa VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora