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Kai volvió a llevarme en su moto el miércoles, a pesar de mis alegaciones sobre lo mala idea que era

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Kai volvió a llevarme en su moto el miércoles, a pesar de mis alegaciones sobre lo mala idea que era. Comenzando con el hecho de que yo tenía coche y finalizando con mi padre mirándonos preocupado desde la ventana de la cocina.

Por suerte, después de devolverle el casco por la mañana en el aparcamiento tras la atenta mirada de varios de nuestros compañeros, no tuve que volver a verlo hasta la hora del entrenamiento, tras las clases.

Busqué la bebida energética más asquerosa que hubiese en la máquina, quedándome con una de color verde radioactivo que no tenía para nada buena pinta. Recé por dentro para que de paso estuviese caducada y le provocase una horrible cagalera.

Después de despedirme de mis amigos me coloqué la mochila al hombro y caminé con paso decidido hacia el campo.

Mi decisión fue perdiendo potencia a medida que llegaba allí. Era todavía muy pronto y los chicos seguían entrenando. El día no era especialmente frío, y el calor del deporte había hecho que varios de ellos se quitasen la camiseta para correr mejor. Hice mi mejor esfuerzo en no mirar, sobretodo al darme cuenta de que Ben y Kai eran dos de los que se la habían quitado.

Al pasar al lado de las gradas vi un grupito de compañeros observando el entrenamiento y contuve la risa. Estaban disfrutando de las vistas.

Me acerqué a la parte más baja del campo desde las gradas. No pensaba entrar si estaban corriendo e interrumpir el entrenamiento. Dejé la mochila sobre un asiento y me senté en otro. Tomé el teléfono para entretenerme un rato hasta que el sonido de un silbato seguido por los gritos del entrenador me aviso de que habían finalizado.

Guardé el móvil en el bolsillo del pantalón y me acerqué al frente. Ahora que viajaba en moto empezaba a tener que usarlos más.

Las gradas quedaban un poco más arriba del campo, pero podría pasarle la bebida a Kai a través de la barandilla. Al menos, esa era mi idea.

Cuando alcé los ojos en su búsqueda no tardé en encontrarlo. Estaba ya mirándome, sonriendo mientras se pasaba una mano por el cabello húmedo a causa del sudor. Tragué saliva cuando, sin que pudiera controlarlo, mi mirada bajó por la mandíbula, siguiendo una pequeña gota que rodó hasta su pecho.

Tenía los hombros anchos, más que el resto de compañeros que todavía no habían dejado atrás la pubertad. Sus músculos estaban trabajados y podía ver los rastros de una V perdiéndose en la costura de sus pantalones de deporte.

Sentí un pequeño hormigueó en mis dedos cuando me imaginé cómo sería tocarlo, y después en mi interior.

Oh, mierda.

Aparté los ojos al tiempo que Kai llegaba donde yo estaba y sacudí la botella delante de él. Tenía la boca demasiado seca para hablar con coherencia, por lo que musité:

—Para ti.

—¿No bajarás a dármela? —Bromeó, apoyando los brazos sobre el suelo bajo mis pies—. ¿Junto con un besito de buenas tardes?

Una Traviesa VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora