16 EL FINAL DE UNA AVENTURA

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1997


Steve estaba acostado en su cama de hospital, viendo a través de su mente como su vida pasaba a través de sus ojos. El corazón le estaba fallando, y después de un segundo infarto que lo había mandado al hospital, sabía que su hora se acercaba. Sin embargo, este antiguo hombre de acción no le temía a la muerte, y en el fondo de su corazón, sabía que la mujer que amaba y que siempre había estado ahí para él, estaría bien sin él. Él sonrió cuando escuchó que la puerta del cuarto se cerraba lentamente y escuchó el sonido familiar de Diana acercándose a su cama. Volvió la cabeza y abrió sus viejos ojos cansados, y sonrió cálidamente a Diana mientras ella lo miraba con los ojos caídos, con tristeza.

-Hola Steve – dijo ella mientras se sentaba en una silla junto a su cama. Le había traído a Steve su antigua chamarra de piloto. Él se la había pedido –

-Hola cariño – dijo el en voz baja. Sus ojos verdes, ahora tenues, viajaron por la chamarra de piloto que Diana le traía, por lo que soltó una risa ligera – Como en los viejos tiempos – susurró el, apenas audible para los oídos de Diana. Ella se mordió el labio con tristeza, odiando cómo se veía ahora. Cómo sonaba. La bata de hospital azul pálido parecía hacer que la piel de Steve palideciera y resplandeciera enfermiza. Su cabello rubio se había vuelto completamente gris. Sus ojos, siempre tan llenos de vida y energía, parecían oscurecerse, como la frágil vida en su viejo cuerpo. Mientras las lágrimas de Diana amenazaban con revelar su emoción, sintió una pequeña mano aterrizar temblorosamente en su rostro –

Steve miró a su esposa y amiga, y no pudo evitar sonreír mientras más lágrimas caían por su rostro mientras ella sonreía infantilmente, con sus redondas mejillas aun llenas de vida. Ella le tomó la otra mano, que estaba incrustada con vías inyectadas de sustancias vitales, necesarias para mantenerlo con vida. Las manos jóvenes y fuertes de Diana eran extrañamente suaves y gentiles con las pequeñas y delicadas de él, y hubieran sorprendido a los demás. Pero no les importó. Steve siempre decía que era otro secreto que compartían, ya que todos creían que Diana era su hija.

Una pequeña mano secó las lágrimas de las mejillas de Diana.

-Me hubiera gustado haber tenido más tiempo contigo... – le dijo el, con su voz arrancando lo último de lo que quedaba del incómodo silencio – Pero ahora más que nunca, pienso que tendrás más tiempo para ti. Para el mundo...

-Tú eres mi mundo, Steve – dijo ella entre lágrimas – No creo poder hacerlo sin ti. Quisiera otra aventura a tu lado.

-Sé que tienes más que dar a la gente... que no tienes por que quedarte enganchada al recuerdo de un viejo que ya tuvo su oportunidad – dijo Steve con una sonrisa. Entonces, como pudo, comenzó a ponerse su chamarra de piloto – Para mí, es hora de mi último vuelo... pero para ti, ya es hora de la gran aventura de tu vida. Es hora de que brilles, Diana. Te amo.

-Yo también te amo, Steve – respondió ella con voz ronca. Parecía que su corazón estaba a punto de salirse de su pecho –

Fue entonces que se besaron por última vez. Steve suspiró, tranquilamente contento, mientras imaginaba que iba en su avión surcando los cielos azules del Mediterráneo, con su suave y esponjoso rebaño de ovejas de ensueño cubriendo las nubes. Diana tomó su mano con ambas manos, ahuecándola como una niña que acababa de atrapar una mariposa y nunca queriendo soltarla, pero tristemente sabía que lo haría.

El pitido del monitor cardíaco pronto se convirtió en uno de los únicos sonidos que se escuchan. Al menos para cualquiera que no fuera Diana. Para ella, los únicos sonidos que podía oír eran el sueño casi silencioso de Steve, cayendo al ritmo de los latidos electrónicos del corazón. Y pronto, al igual que los pitidos cortos y agudos, también se detuvo.

Steve al fin estaba descansando. Soñaba que caía de nuevo en Themyscira, dando inicio a la más grande aventura de su vida.

HABIA UNA VEZ... UNA PRINCESA AMAZONADonde viven las historias. Descúbrelo ahora