13 DESPEDIDAS

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Tiempo después...


Después de acabar con Vandalo Salvaje y con Cheetah, Diana y los demás se la pasaron el resto de la tarde descansado hasta que fueron extraídos por un submarino aliado.

Después de un tiempo, un 2 de Setiembre de 1945, Japón firmo su rendición incondicional y la guerra al fin termino. Steve y Diana se encontraban en Nueva York por esos tiempos, donde presenciaron el Desfile de la Victoria junto con Shiera, Albert Pratt, Jay Garrick y Adam Wayne.

Todos se habían reunido ahí después del entierro de Ser Justin Grayle, que había sido enterrado en Inglaterra. Sin embargo, el equipo que ayudo a crear, La Sociedad de la Justicia, quedaría para la posteridad junto con su recuerdo.

Cuando comenzó a oscurecer, llego la hora de despedirse. Diana se sentía feliz y triste al mismo tiempo, lo cual era extraño. A la primera que se acerco fue a Shiera, ya que se había identificado con ella.

-Espero que hayas aprendido todos mis movimientos de pelea que te enseñe – dijo Diana –

-No eres tan mala con la espada – respondió la chica alada – Pero aun no estas al cien por ciento...

-Al menos sabes que estoy a tu "altura" – Diana bromeo –

-Tú y Steve podrán tener sus encuentros románticos sin miedo a ser atacados. Así que con eso me basta – Diana dejo escapar una risa –

-Adiós Shiera, cuídate.

-Son los demás quienes deben de cuidarse de mi – respondió Shiera. Y sin decir más, se fue caminando hacia un oscuro callejón, seguramente para después echarse a volar –

Espero un poco a que Steve y Jay terminaran de despedirse. Fue en ese trayecto que Al Pratt se le acerco.

-Adiós, Diana. Fue un placer haberte conocido – dijo Al –

-Fue bueno saber que no soy la única que tiene poderes y un deseo por ayudar a los demás – respondió ella, abrazándolo –

-El trabajo de superhéroe ya se terminó – dijo Al con una sonrisa nostálgica – Abriré mi propio taller mecánico y tratare de echar raíces.

Y entonces subió a un taxi que estaba aparcado cerca y se fue. Steve se acercó a ella justo cuando Jay Garrick también se perdía entre la multitud de personas en la calle.

Al último que vieron fue al sargento Adam Wayne, que preparaba su maleta y se acercaba a Steve.

-Si quieres te puedo conseguir trabajo en la empresa de mi padre – Adam le sugirió a Steve – En Gotham hacen falta buenos miembros de seguridad.

-Muchas gracias, pero voy a buscar empleo por mi cuenta – respondió Steve –

-Como quieras, Trevor – Adam lo miro mientras subía al taxi – De todas formas estás loco.

-Eso de loco me queda corto – contesto el, con una risa –

-Qué hombre tan rígido – Diana le dijo a Steve mientras veían como Adam se alejaba en el taxi – Espero no volver a tener tratos con él o con su familia.

Miraron al cielo por última vez cuando los aviones B-25 pasaron volando por Times Square. Entonces Steve rodeo a Diana con los brazos y la beso, lo que nunca fallaba en hacerla sonreír.

Esa noche pasaron la noche juntos en un hotel de la ciudad. Por primera vez en mucho tiempo, sintieron plena tranquilidad y paz sin estar al pendiente de los alrededores. Habían olvidado lo que era vivir relajados sin temor a ser atacados.

El viaje de regreso a Missouri fue tranquilo. Steve había comprado un remolque donde habían traído desde Inglaterra a la yegua de Ser Justin, Victoria. Ahora que la magia había desaparecido, Victoria ya no tenía sus alas, pero eso no la hacía especial. Era un animal muy noble y se había encariñado con ambos al momento en que se la llevaron. De alguna manera, Diana y Steve le recordaban a su antiguo amo. Conducían por la mañana y en la tarde se quedaban en los campos, y Diana y Steve se divertían con Victoria galopando por todas las praderas.

Para Diana, al principio fue extraño estar sola con Steve, pero con el paso de los días descubrió que tenían sus ventajas. Todos los días eran románticos y llenos de recuerdos.

Casi una semana después, llegaron al rancho del señor Trevor. Se habían adentrado por el mismo camino de tierra por el que Steve se había alejado hacia mas de cinco años. El lo recordaba a la perfección y aun así se sentía como si fuera otra persona. Era tan diferente al joven que se había unido al ejercito en búsqueda de aventuras.

-¿Cómo se siente regresar? – pregunto Diana –

-Bien... muy bien – respondió Steve con la cabeza baja –

Fue entonces que bajaron de la camioneta, y pudieron ver a un hombre de mediana edad saliendo de la casa en el centro. Parecía tan sorprendido de ver a los recién llegados que soltó las cosas que traía cargando.

Camino hasta su hijo, que apenas y le sujeto el rostro con las manos, se soltó a llorar sobre su hombro.

-Te dije que volvería, padre – dijo Steve, quitándose el reloj de la muñeca – Creo que tu reloj si funciono después de todo.

-No hijo... – respondió el hombre mayor, apartando el reloj con la intención de que su hijo se lo quedara – Es tuyo. Es mejor tarde que nunca...

-Padre... – dijo Steve, volteando a ver a Diana – Ella es Diana. Es mi prometida.

Entonces el señor Trevor le ofreció su mano y ella la tomo.

-Así que mi hijo saco algo bueno de su aventura por Europa. Eres mas que bienvenida en este hogar – dijo el señor Trevor, viendo a Diana y a su hijo – Ahora el grandulón es tu problema.

Se podía ver el destello de felicidad en los ojos de aquellas tres personas, que finalmente tenían una vida garantizada.

Diana y Steve ya no volverían a estar solos o a sentirse fuera de lugar. Ella pertenecía a su lado, Steve era su hogar.

Steve jamás volvería a ansiar algo más grande que el mismo. Había ido a la guerra para darle sentido a su vida, una causa por que pelear y una aventura que pudiera contar.

Pero la había encontrado a ella... a Diana. Ella siempre fue y siempre sería la más grande aventura de su vida.

HABIA UNA VEZ... UNA PRINCESA AMAZONADonde viven las historias. Descúbrelo ahora