Eso sonó peor de lo que era. Le pones mucho drama, Jade.

Tú te callas.

Cuando ya consideré el hecho de que estaba libre, al frente de la puerta, tomé la llave de mi bolsillo y la puse dentro de la cerradura.

—Jade —pronunció Liam, seco y distante al ver mi gesto—. La próxima procura no atravesarme el pecho con los ojos.

Mierda. Se dió cuenta.

Y sí Jade, le atravesaste hasta el alma con esa miradita. Picarona.

Cogí una bocanada de aire y la solté antes de girarme victoriosamente hacia él. Con la llaves, aún en las manos, le sonreí falsamente y abrí mi boca:

—La próxima procura traer otra copia de las llaves para que alguien, no te deje durmiendo afuera. —Y diciendo eso, luego de ver a Liam casi corriendo para coger la llave e impedirme nuevamente que entre a la casa, le cerré la puerta imitando su misma risa malévola.

Ya dentro de la cabaña, me pegué hacia la puerta para disfrutar un poco del hermoso panorama que acababa de crear. Sí, yo, Jade Greco, dejé a un chico pesado con miles de tatuajes, debajo de 12° (ve tú a saber cuántos había de térmica) en el medio de un bosque con un posible asesino suelto.

—¡Jade! ¡Abre la puerta! —zanjó del otro lado.

Aguanté la risa.

—Liam, cariño ¿Dices que me ponga el pijama rosa de Hello Kitty o el sexy? —bromeé pegada al picaporte, a propósito.

Uno, dos golpes fuertes y concisos sonaron desde afuera. Supuse que era Liam con su hombro. Sabía a la perfección que era capaz de derribar la puerta, o incluso romper la pared entera solo para llevarme la contraria.

—¡Abre la maldita puerta! —escupió, seco, pronunciando las últimas dos palabras en sílabas y en un tono más elevado.

Me aparté de la entrada porque, aunque suene algo cobarde de mi parte, temía que la rompiera con alguno de sus golpes. Era muy fuerte. Luego me dirigí hacia mi maleta como si nada y revolví los pijamas.

—¡Lo siento! ¡¿Qué haga... qué?! —alcé un poco la voz para que me escuchara—. ¿¡El de Hello Kitty o el sexy, Liam?! ¡No te escucho! —ironicé cogiendo ambos conjuntos. Después los coloqué en mi cuerpo, sin quitarme el vestido cagado, y me miré en un espejo que había por allí, posando como una ridícula.

Sin respuesta.

Opté por el de Kitty y me lo puse a las corridas mientras arrojaba el vestido cagado a un tacho de ropa sucia. Más tarde pensaba bañarme tres horas seguidas para quitarme todo el olor que cargaba encima ya que, en ese momento, debía encargarme de Liam; y con un cago adherido a mi espalda no era muy fácil que digamos. No para mi pobre nariz.

—¡Dije que abras la puerta, joder! —la pateó con fuerza—. ¡Se me está congelando la poll...!

—¡No digas groserías, por dios! ¡Ya voy! —le mentí como una buena zorra— ¡Espera unos segundos, hombre!  

Y la idea surgió por sí sola al ver la habitación entera a mi disposición. Corrí hacia su armario, como la buena viejita chismosa que soy, y lo abrí de par en par. En el había nada más que una caja negra, unos libros llenos de papelitos flúor y alguna que otra prenda tirada, nada raro. Revolviendo un poquito más encontré otro libro, el pobre libro verde musgo que casi le había destruido el día en que lo conocí. Cuando estaba a punto de abrirlo, Pum, otro golpe a la puerta pero esta vez más fuerte.

—¡Mueve el culo, Jade! ¡Era en serio lo de que se me está congelando la poll...! —me repetía Liam pero, ahora con más impotencia, casi rogándome.

Efecto Mariposa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora