CAPÍTULO 2: Propuesta y miedo

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ADAM WOOD

Sentado en la penumbra de mi oficina, con el único sonido del reloj marcando el paso incesante del tiempo, no podía sacarme de la cabeza la imagen de esa mujer. Había algo en ella, una mezcla de fragilidad y una feroz determinación, que había desafiado mis expectativas y, de alguna manera, había entrado a mi mundo meticulosamente estructurado.

Era más baja que yo, sí, pero su estatura no había hecho más que intensificar la impresión que me había dejado. Su valentía no era algo que se viera todos los días. No había vacilado ni un segundo en enfrentarse a mí para proteger a ese hombre, su tío, a quien claramente despreciaba. Era como si llevara una armadura invisible, una fortaleza en su mirada que me había hecho replantearme muchas cosas.

Necesitaba respuestas. ¿Quién era ella realmente? ¿Cómo era posible que nunca antes hubiera cruzado mi radar? No podía ser una pariente cercana de ese hombre, no encajaba en el cuadro que había pintado de la familia.

Presioné el botón del intercomunicador, la luz roja parpadeando en la penumbra.

—Tim, necesito que vengas a mi oficina —dije, mi voz firme y serena, pero con una urgencia subyacente que no solía mostrar.

—¿Sí, señor? —Tim apareció en la puerta, su postura recta, la encarnación de la eficiencia y la discreción.

—Hay alguien que requiere nuestra atención inmediata. Una mujer. Quiero que recolectes toda la información posible sobre ella. Quiero saberlo todo, cada detalle, hasta sus sueños si es posible —mi voz fue incisiva, dejando claro que no era una solicitud sino una orden.

—Por supuesto, señor —respondió Tim, sin inmutarse, acostumbrado ya a la naturaleza de nuestras operaciones.

Asintió con solemnidad y se retiró, dejándome de nuevo solo con mis pensamientos y la imagen persistente de esa mujer. Su rostro, su coraje, la forma en que había desafiado mis expectativas... tenía que averiguar más sobre ella. No era solo una cuestión de control o curiosidad; algo en mi interior me instaba a entender quién era ella realmente, una sensación que no podía ni quería ignorar.


                                              Dos días después


ALLISON MILLER

Dedicar mi tiempo al orfanato Saint Girolamo se había convertido en un refugio, una vía de escape donde podía dejar a un lado las preocupaciones del día a día. Tres veces por semana, cruzaba sus puertas, acogida por la calma y la esperanza que residían en sus paredes. Me sumergía en un mundo donde cada pequeño gesto, cada sonrisa compartida, se convertía en un hilo dorado en el tejido de la vida de esos niños.

Las monjas, guardianas incansables de esas jóvenes vidas, me recibían siempre con gratitud genuina. Ese día, la hermana Agnes se acercó, su semblante sereno irradiando una calidez que siempre encontraba reconfortante.

—Muchas gracias por todo, Ali. Eres como un ángel para estos niños —dijo, su voz suave pero firme reflejando la sinceridad de sus palabras.

—No hay de qué, hermana. Sabe que puede contar conmigo para lo que necesiten. Para estos pequeños, cada día puede ser una montaña rusa de emociones, y si puedo ser un soplo de alegría en sus vidas, no dudaré en hacerlo —respondí, sintiendo cómo el peso del día se aligeraba con cada palabra.

—Tienes un corazón enorme, hija. Serás una madre excepcional, estoy segura de eso —afirmó, tomando mis manos entre las suyas, transmitiendo una fuerza tranquila.

DEFENDIENDO A UN CRIMINALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora