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Di un profundo suspiro en cuanto nos encontramos allí, en ese enorme edificio que no visitaba desde antes de que la pandemia llegara a todo el mundo. Al menos me sentía un poco más seguro vestido de astronauta, y por supuesto que mi novio y Sean iban iguales que yo.

—Tranquilo Paul, sólo es el centro comercial. —claro, como si pudiera sentirme más tranquilo con eso.

—Creo que esto es peor que un hospital. —quise bromear, pero estaba nervioso. Sólo le rezaba a cualquier dios existente que no tuviera un ataque de ansiedad.

—¡Mira Paul! ¡Es una tienda de mascotas! —exclamó el chico con emoción, tirando de mi mano suavemente.

Sonreí durante unos segundos, armándome de valor y caminando junto a Sean hasta aquella tienda de mascotas. El niño simplemente se entretuvo observando a los pequeños roedores en sus jaulas, y a los cachorros jugando entre ellos en sus corrales, hasta que se aburrió y salió disparado de la tienda en búsqueda de John. Al pasar de los días el chico estaba mucho más contento y animado, sabía que eso se debía a que poco a poco estaba entrando en confianza con nosotros, abriéndose cada vez más y permitiéndonos conocerlo.

—¿Te parece si vamos a la tienda de ropa ya? —Sean asintió, parándose en medio de ambos, caminando a nuestro par.

—¿Podemos comer chatarra después? —preguntó bajito, como si temiera a una respuesta negativa.

—Está bien, sólo por esta ocasión. —reí ante la respuesta de mi novio, y es que yo hacía absolutamente lo mismo con mi pequeña hermana. Siempre cedía con ella.

Nos dirigimos a una gran tienda de ropa que captó la atención de Sean, y John le permitió escoger las prendas que quisiera y fueran de su agrado, el dinero no era un impedimento para eso. Juntos recorrimos cada centímetro de la sección infantil, y sonreí al ver al chico llevar un montón de cosas de diversos colores y estampados, muy diferentes a las ropas oscuras y simples que llevaba puestas en esos momentos.

—¿Puedo llevar esto, verdad? Mamá decía que los colores son para las niñas, pero a mí me gustan... —me sentí un poco culpable por molestarme con su difunta madre al respecto.

—Los colores son para todos Sean, no importa si eres una niña o un niño. —contestó John.— Yo adoro los colores, ¿y tú Paul?

—También me gustan, todos los colores son geniales. —supe que el niño había sonreído por la manera en la que sus ojos se entrecerraron, y aquello me hizo sonreír también.

Mientras mi novio pagaba en la caja, Sean tiró de mi mano y nos dirigimos a otra tienda que vendía diversas cosas, en su mayoría decoraciones del hogar. Escogió nuevas sábanas para su cama, un par de cuadros, y otras cosas que metimos en un carrito de compras. No iba a admitirlo en voz alta, pero a pesar de no ser un fan de este tipo de lugares, había extrañado el centro comercial.

John llegó un par de minutos después, cargando las bolsas de ropa en sus manos, tarea en la cual decidimos ayudarlo, distribuyendo las bolsas entre los tres. Cuando terminamos las compras en esta tienda realmente quedamos completamente cargados con cosas, por lo que tuvimos que ir hasta el auto de mi novio a dejar todo, y luego regresar. Sean quería comer chatarra, y cumpliríamos con su petición. Por suerte no estaba repleto de personas, y sólo tuvimos que esperar a una mujer con su hijo antes de que fuera nuestro turno para pedir.

—¿Qué quieres comer Sean? —pregunté en su dirección, y su dedo apuntó hasta las pantallas del lugar.

—¡Una hamburguesa gigante! —respondió casi eufórico. Ya entendía por qué su madre le negaba comer estas cosas.

—¡Yo también quiero una! —contestó el castaño, siguiéndole el juego.

Reí bajito, y compré tres hamburguesas gigantes para cada uno, pidiéndolas para llevar, ya que no queríamos arriesgarnos a comer en este sitio.

don't touch me ; mclennonWhere stories live. Discover now