Epílogo I|Rosas y Despedidas

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Las hojas crujen debajo de mí con cada paso que doy hacía ese lugar donde yace mi hermano

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Las hojas crujen debajo de mí con cada paso que doy hacía ese lugar donde yace mi hermano. La ventisca helada hace que apriete con más fuerza la chamarra para darme un poco de calor, solo escucho el suave canto de las aves, mientras el cielo se mancha de gris.

Observo las lápidas que se han llenado de polvo con el paso del tiempo, las flores marchitas pierden su color y algunas personas abandonan el recuerdo especial de esa persona dejándola en el olvido.

Y al final llego a la de Elián.

Me inclino para sacudir la tierra y las hojas que estaban encima, saco la pequeña y única foto que tengo junto a él para ponerla sobre la estructura. La miro en silencio, somos él y yo, estaba enseñándome a tocar tu pieza favorita en el piano y yo había puesto la cámara a grabar, debo admitir que no le estaba poniendo tanta atención.

—Pensé que cuando estuviera aquí, todo lo que quiero decirte vendría a mi mente, pero ahora no sé cómo empezar —digo con el silencio siendo testigo de mi vacilación y nervios —Este será mi lugar de desahogo después de mucho silencio, al menos ya no me cuesta tanto como antes, la psicóloga dice que debo validar mis emociones y expresarlas, dude mucho tiempo en regresar y no porque no quisiera sino para evitar la realidad de que te habías ido —tomo una respiración controlando las ganas de llorar.

—Me pregunto como el tiempo puede pasar tan deprisa, ya han pasado 5 años desde que no estás conmigo. Al principio todo se volvió una monotonía, incluso ver el anochecer ya no tenía sentido para mí y los días se perdían dentro de mi mente. No sabía como vivir si ya no le encontraba una razón, parecía que mis sueños se habían enterrado en lo más profundo, tampoco ellos me importaban. Y es que, ¿cómo podía vivir si me habían arrebatado a mi mitad? —susurro jugando con los pétalos entre mis dedos.

Respiro intentando controlarme, nada sería igual y eso ya lo tenía claro, nada lo remplazaría y tampoco lo regresaría, ya no me empeñaba en eso. Ahora los sueños dulces se volvían una forma de volver a encontrarlo.

—Te traje unas flores, te lo había prometido, incluso muchas personas te dejaron flores, no lo sabes, pero el museo reconoció tú esfuerzo y dejaron tu piano intacto. Muchas personas se enteraron de la noticia y dejaron flores ahí, así que cada desvelada valió la pena porque dejaste tu corazón en cada melodía. El sol y la luna volvieron a reencontrarse después de largas noches de llanto y dolor, no fue fácil, pero esta vez estoy lista para las despedidas.

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