«¡Tú, prepotente batidor de la tierra, qué palabras proferiste!»

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Las calles estaban abarrotadas de gente. Al parecer, y pese a la histeria generalizada presente durante las primeras semanas en las que se tuvo conocimiento de la existencia del CHRYS–20, el mundo había olvidado la mortalidad del virus. La gente se arremolinaba en calles peligrosamente estrechas, riendo y gritando, hasta el punto de que resultaba prácticamente imposible avanzar sin chocar con nadie. Me ajusté la mascarilla a conciencia, a sabiendas de su inutilidad frente al patógeno, pero agradeciendo la tranquilidad que me generaba. Mi nerviosismo remitió levemente cuando vislumbré el edificio en el que se encontraba mi apartamento en una de las calles aledañas a la avenida principal, donde la presencia de personas se reducía considerablemente. El perfil de ladrillo oscuro recortaba el cielo de la noche, casi mimetizándose con su negrura. La desvencijada escalera de emergencia, aquella que había utilizado para huir, parecía refulgir bajo las luces de la ciudad. Me paré en seco, tragando con fuerza, y traté de ralentizar mi respiración. Imágenes del cuerpo sin vida del daimon pasaron ante mis ojos, como en una película. Los gemelos, conscientes de mi ausencia entre ellos, se volvieron para mirarme desde su posición, apenas unos pasos por delante de donde yo me encontraba.

—¿Soph? —Diane me miraba fijamente, atenta a cualquier indicio de pánico, consciente de mis ganas de salir corriendo—. ¿Todo bien?

Me obligué a posar los ojos en ella:

—Sí —respondí, tratando de sonar convincente, pero la voz se me quebró al final. Inspiré antes de echar a andar hacia ellos—. Estoy bien.

El portal se iluminó cuando el sensor de movimiento detectó nuestra presencia, permitiéndonos ver los azulejos blancos que cubrían el suelo y las paredes. Con un gesto de cabeza, mi amiga me indicó que aguardase en el exterior, por lo que me apoyé contra el quicio de la puerta y esperé. Desde esa posición me limité a observarles mientras ellos analizaban el lugar con detenimiento, pendientes de cualquier detalle, por mínimo que fuese.

—Limpio —sentenció Apolo. Se volvió hacia su hermana—: Arti.

Mi amiga, como si supiese perfectamente a qué se refería, le lanzó mis llaves y el dios desapareció escaleras arriba.

—Apolo ha creído que preferirías estar sola, así que va a revisar que todo esté correcto y podrás subir —informó con voz tensa.

Las consideraciones de Apolo me sorprendieron gratamente, pero asentí sin mediar palabra. Algo se me encogió en el pecho al saber que ella estaba tan incómoda como yo. Jamás, en diez años de amistad, me había sentido así en compañía de Diane, ni siquiera cuando acabábamos de conocernos. Al parecer los secretos que nos habíamos ocultado habían creado un cisma entre ambas que, siendo sincera, dudaba que pudiésemos solucionar. La simple posibilidad de perderla hizo que se me revolviesen las tripas. 

—Di —llamé al cabo de unos instantes. Mi amiga, quien parecía increíblemente concentrada en leer los nombres de los buzones, se giró en redondo para poder mirarme—, sé que... Sé que tenemos una larga conversación pendiente, pero quiero que sepas que... Te oculté lo de la vacuna porque no quería que me mirases como lo hiciste el otro día —confesé finalmente, incapaz de sostenerle la mirada—. No es una excusa y entiendo que estés enfadada, pero quiero que sepas que...

Diane llegó hasta mí en apenas dos zancadas y me tapó la boca con una mano. Abrí los ojos con sorpresa, pero no me moví.

—Aquí no, Soph —susurró, nerviosa. Casi por instinto, miró hacia las escaleras por las que había desaparecido su hermano—. Pueden oírnos.

Analicé su rostro en busca de cualquier explicación. En ese preciso momento recordé la infinidad de tardes que había pasado investigando sobre todos ellos y supe por qué no quería que continuase hablando.

É R I D E [PÓLEMOS #1] | TERMINADAWhere stories live. Discover now