La cita fallida

3 2 12
                                    

Llegamos al lugar de autos y su enojo pareció desaparecer. Estaba feliz paseando entre los autos, subiéndose a los que más le gustaban, hablando de motores y caballos de fuerza con los vendedores y de términos que no podría recordar.

Yo solo quería uno que arranque, que sea automático y que tenga camarita para estacionar, porque era pésima yendo de reversa cuando intentaba parquear mi auto.

La tarde pasó divertida y entretenida pero algo que me sorprendió era que Oliver no se había reído conmigo, ni había compartido conmigo. Su buen humor era con el momento y la experiencia de elegir un auto. 

Debía admitir que me estaba ayudando pero me irritaba que siguiera enojado conmigo, creo que nunca antes se había molestado así.

Siempre jugábamos, nos decíamos cosas crueles, nos ignorabamos y era nuestra forma de estar en el mundo juntos. Ambos sin bajar la guardia.

Pero esta vez notaba algo distinto en su mirada. Quizá sí lo decía en serio, quizás sí acababa de admitir que yo le atraía de esa forma. 

Pero claro, mi autoestima y mi afan de autosabotear mi felicidad opacaban siempre estos momentos, cuando algo bueno me pasaba en la vida, sentía o que era una broma pesada, o que me estaban tomando el pelo o que seguro algo malo vendría después o simplemente no duraría mucho tiempo.

¿Por qué erra tan difícil para mi sentirme merecedora de un poco de felicidad, de una chispa de amor, de ilusiones por montones?

Y sí, lo recuerdo perfectamente. Porque de niña crecí en un hogar carente de amor, de afecto, de contacto, de vinculación, de palabras que me afirmaran y por el contrario viví con familiares que ma hacían la vida imposible diciéndome que no era merecedora de nada. 

Cuando crecí y me mudé de casa realmente conocí el significado de FAMILIA, mis compañeras de cuarto son mi familia y me duele pensar que Oliver también estaba empezando a conformar ese pequeño circulo de amistades con las que me sentía a gusto, contenta, plena. 

Pero realmente con Oli me pasaba que no quería que fuese mi amigo ni familia, quisiera que fuese mi novio, un novio normal de esos con los que sales al cine, compartes palomitas, caminas por el parque teniendo sus manos enlazadas a las tuyas. 

Pero Oli había dejado muy en claro que él no sería nunca el prototipo de novio. Y quizá yo estaba pidiendo demasiado.

Podría fácilmente conformarme con lo que él me ofrece, una relación, tal vez abierta en la que cada uno manifestó su atracción por el otro y se animan a vivir, a disfrutar, a besarse y pasar el tiempo sin pensar como Amanda en balcones, canciones de Sanz y cachorros en casa. 

Pero yo era así , una idealista, una soñadora empedernida, una romántica compulsiva que sí quería mi príncipe azul, que si buscaba ser rescatada de su castillo, que sí había imaginado la raza de los cachorros, e incluso el diseño de la sala para su nueva casa. 

Que tenía recortes de vestidos de novia, guardados en su diario, que pensaba en nombres que suenen bien juntos para bautizar a sus hijos con doble nombre. Amaba los 2 nombres, Oli tenía un segundo nombre Adam y yo no lo tenía.

Sí, lo peor de todo es que había imaginado todo eso, todo ese cuento de ensueño, esa vida de esposa feliz, de madre de sus hijos, de un matrimonio dichoso, con él. Con el chico que no creía para nada en estas cosas. 

Que solo quería vivir y pasar el tiempo. 

Esa noche al despedirnos él me comentó de una fiesta de su primo. Que estaba invitada y que él podría pasar a recogerme. Se disculpó por su actitud y yo solo asentí.

La noche siguiente había no solo decidido ir a saludar a su primo y desearle las buenas nuevas por su cumple sino que había ido dispuesta a jugar su mismo juego, a convertirnos en una pareja moderna, sin expectativas, solo viviendo y disfrutando.

Y para hacer ese momento más atrevido había resuelto usar mi vestido rojo favorito de tirantes, el mismo que no llevaba brasiere.


Puedo ser tu Pepsi ColaOnde histórias criam vida. Descubra agora