Capítulo 7 - Tú tienes lo que quiero

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Luego de nuestro día especial, Alex y yo nos volvimos inseparables. Nos veíamos todos los días donde podíamos: en el puesto de su hermana, en la plaza del centro, en la playa, en el club. Mis padres y mi hermano creían que pasaba el tiempo con Alexandra, mi nueva amiga, y ya se me estaban empezando a agotar las excusas de por qué no se las presentaba. Sin haber hablado al respecto, él nunca se acercaba cuando yo iba con mis padres o con mi hermano. Como le había contado cómo eran conmigo, calculo que no se quiso arriesgar, y yo lo agradecí interiormente. A pesar de ser inseparables, él seguía con su plan de "ir despacio". Todavía no nos habíamos besado, aunque solíamos abrazarnos e ir de la mano por todos lados.

Cuando casi estábamos entrando en febrero, una noche calurosa, estaba con Alex en la plaza charlando de todo un poco, y me invitó a jugar una partida de billar.

-No sé jugar al billar, soy un desastre.

-No eres un desastre. Es fácil aprender. Ven, Mayte, te enseñaré.

Fuimos de la mano hasta el local de maquinitas. Llegamos y fue a comprar una ficha, mientras yo me hacía la experta y elegía un taco. Elegí uno que casi era más alto que yo y quedé muy contenta. Alex volvió con la ficha y se echó a reír.

-Cariño, creo que ese taco no es el adecuado para ti. Permíteme. Este te resultará más cómodo. Es importante que no sea más alto que tú, así te resulta más fácil de maniobrar.

Yo casi no escuché lo que me estaba explicando, porque estaba derretida desde que había escuchado el "cariño". Alex armó la mesa y llevó la bola blanca al punto de inicio. Yo observé cada uno de sus movimientos: lentos, cuidados, expertos, mientras se balanceaba al compás de la música que sonaba en la rockola.

-Bueno, ven, rompe tú- me indicó Alex.

Yo lo miré con confusión. -¿Que rompa qué?

Alex lanzó una carcajada. -De verdad nunca has jugado al billar, ¿cierto? Y no solo eso, jamás has visto una partida...cariño, romper es cuando le pegas con el taco a la bola blanca para que ésta a su vez le pegue a las demás bolas. Si la primera que entra en la tronera es lisa, tú tienes que meter todas las lisas, si la primera que entra es rayada, te tocan las rayadas.

Lo miré y puse los ojos en blanco. Cuando se ponía en modo maestro era exasperante, aunque también era encantador. Me acerqué a donde estaba y traté de pegarle a la bola blanca, pero fallé estrepitosamente, no le pegué a ninguna bola, de hecho ni siquiera a la blanca. Alex se largó a reír pero paró inmediatamente cuando lo miré seria.

-Perdón. Ven, te voy a ayudar a pegarle a la bola.

Se colocó detrás de mí y me empujó suavemente hacia la mesa de paño, de modo que quedé con el trasero expuesto hacia atrás, y con él pegado a mí. Puso sus brazos alrededor de los míos y sus manos sobre las mías, mientras me guiaba para golpear la bola blanca. Le pegó fuerte, tan fuerte que rompió toda la formación de bolas y entraron tres rayadas en el mismo golpe. Las únicas tres que metí. El resto de la partida se consumió entre Alex metiendo bolas y yo, fallando en todos los tiros.

Cuando ya había metido todas las lisas llegó el turno de meter la bola negra.

-Bueno, linda, parece que esto es una paliza...- dijo con sorna. -Solo me queda meter la bola negra y estarás perdida.

Se me ocurrió una idea y sonreí con malicia. -¿Y qué te parece si lo hacemos más interesante?- dije.

-Te escucho.

-¿Qué te parece si apostamos?- pregunté, desafiante.

-¿Apostar? No quiero ser burlón pero, ¿te has visto jugar?

Aquel veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora