Capítulo 1 - Cuando calienta el sol

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Cerré los ojos y me dejé abrazar por el sol. Respiré profundo y sonreí. Mi lugar del mundo era este: la playa bajo el sol.

Mis pies jugaban con la arena mientras una cálida brisa movía mis cabellos. Era nuestra primera semana en el balneario y no pensaba alejarme de la playa más que para dormir y bañarme.

Mi padre y Mauro estaban un poco más alejados, jugando al fútbol. Mamá y yo, como cada verano, leíamos en nuestras sillas de playa. Cuando me sentía incómoda de la silla, pasaba a una toalla en la arena, y más tarde, volvía a la silla. Ese era todo el ejercicio del día, a excepción de las largas caminatas matutinas.

Sí, mi vida era organizada hasta en las vacaciones. Todos los días me despertaba a las 7 de la mañana, desayunaba algunas frutas picadas o en licuado, me calzaba unas zapatillas y salía a caminar por la playa.

La casa que habíamos alquilado ese verano estaba sobre la rambla. Tenía un hermoso balcón que miraba hacia la playa, y cada mañana ese era mi lugar favorito para desayunar. Después salía a caminar y, cuando volvía, me ponía el traje de baño y volvía a la playa.

A mediodía volvía a casa, almorzaba, dormía una corta siesta, hacía unas compras si era necesario, y después regresaba a la playa, donde me quedaba hasta que caía el sol.

Algunas noches salía al centro del balneario, sola o con Mauro. Allí generalmente íbamos a tomar un helado, a tomar una cerveza a escondidas, que compraba él, o a jugar a las maquinitas, al tejo o al billar. Mi hermano, a pesar de no dejar de controlarme ni de ser un pesado, era el mejor hermano del mundo. Peleábamos mucho, por supuesto, pero ¿qué hermanos no pelean como perro y gato? Adoraba a Mauro, por eso ninguna de las novias con las que aparecía me resultaban buenas para él. Yo también era muy celosa. Él no tenía ese problema, ya que hasta el momento no había llevado ningún novio a casa, ni había tenido uno.

El resto del tiempo lo pasaba en la casa. Era realmente una belleza, equipada con todas las comodidades. Tenía 4 dormitorios, lo que permitía que siempre hubiera lugar para visitas, que en el verano abundaban. Nuestra casa era una casa de puertas abiertas. Además, tenía un living comedor muy amplio y ventilado, con amplios sillones y espacios con mucha luz natural. La cocina también era enorme y muy bien equipada, con una mesada central en forma de isla donde podíamos comer sentados en banquetas.

También contaba con un amplio espacio verde en el frente y otro del doble de tamaño en el fondo, con un gran parrillero incluido. Vamos, que mis padres no escatimaban en gastos.

Estaríamos allí dos meses, y el verano prometía ser maravilloso. Solo que aún no sabía cuánto.

Aquel veranoWhere stories live. Discover now