capitulo veintiséis

193 19 0
                                    

CAPÍTULO VEINTISÉIS

 El pitido frenético del ordenador me despertó de un sueño inquieto y fue como si tirara de mí hasta conseguir que abriera los ojos. Estaba a oscuras.

  Notaba el cuerpo pesado, y aunque alguien me había quitado el jersey, una fina capa de sudor me adhería la camiseta a la piel. De haber estado sola, me la habría quitado, o como mínimo me habría quitado los vaqueros para dejar que la piel respirase, pero me lo pensé mejor. Seguía estando en su habitación, y si yo estaba ahí, también estaba él.

  La lámpara que descansaba sobre la cómoda de madera oscura estaba encendida y abajo, en el círculo de la hoguera, se oían voces de niños. ¿Sería ya de noche? Era una locura que la sangre me corriese por las venas con la frialdad del invierno mientras el corazón me latía a toda velocidad, presa del pánico.

  El crujido del viejo colchón quedó amortiguado por el del televisor. Por un instante, me limité a escuchar la voz de barítono del presidente Gray dando su discurso de cada noche. Las piernas parecían ser la última parte de mi cuerpo dispuesta a despertarse.

  «… les garantizo que la tasa de paro ha descendido del treinta al veinte por ciento en el pasado año. Doy mi palabra a los ciudadanos de que es un éxito de mi gobierno que el falso gobierno nunca podría conseguir. Por mucho que pretendan hacerles creer que tienen algún tipo de influencia en la escena mundial, la verdad es que apenas si pueden controlar su grupo terrorista, la llamada Liga de los Niños…».

  El sonido se apagó y fue sustituido por el silbido de los parásitos. Pasos.

  —¿Estás despierta?

  —Sí —susurré.

  Tenía la garganta irritada y notaba la lengua inflamada.

  El colchón se hundió cuando Clancy se sentó a mi lado. Intenté no poner mala cara.

  —¿Qué ha pasado? —le pregunté. El sonido de las voces de abajo aumentó y quedó atrapado entre mis oídos.

  —Te has desmayado —dijo—. No me di cuenta… No debería haber forzado tanto.

  Me incorporé un poco hasta apoyarme en los codos en un vano intento de alejarme de su lado. Clavé la mirada en sus labios, en la espléndida dentadura blanca que asomaba entre ellos.

¿Me lo habría imaginado, o me había…?

  Se me encogió el estómago.

  —¿Has averiguado algo? ¿Ha demostrado tu teoría?

  Clancy se echó hacia atrás, con una expresión ilegible.

  —No.

  Se levantó y empezó a deambular entre la ventana y la cortina blanca, arriba y abajo, una y otra vez. Eché un vistazo a la otra parte de la habitación y no me sorprendió verla iluminada por la luz azulada de la pantalla del ordenador.

  —No, mira, lo he repasado mentalmente una y otra vez —dijo Clancy—. Pensé que tal vez les hubieras borrado la memoria intencionadamente porque estabas enfadada o molesta con ellos, pero el caso es que no les borraste toda la memoria, solo lo que tenía que ver… contigo. Y luego con esa chica, Samantha. Samantha Dahl, diecisiete años, de Bethesda, Maryland. Nombre de los padres: Ashley y Todd. Verde, memoria fotográfica… —Se interrumpió—. He estado pensando, dándole vueltas y más vueltas, intentando comprender cómo lo haces, pero recorrer tus recuerdos no me aclara lo que sucede dentro de tu cabeza. No hay causa, solo efecto.

  Me pregunté si era consciente de que estaba divagando, o de que yo había conseguido levantarme de la cama, que mi única idea era huir corriendo de aquella habitación y alejarme de él. El dolor volvía a asolarme en piezas inconexas.

Mentes Poderosas Where stories live. Discover now