capitulo cinco

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CAPÍTULO CINCO

 No recuerdo haberme quedado dormida, solo recuerdo el despertar. Y es imposible no recordarlo: el cuerpo me temblaba con tanta fuerza que me caí de la cama y me di un golpe en la cara contra la litera contigua.

  Vanessa debió de llevarse un susto de muerte con el repentino estrépito y la sacudida que sufrió su litera, puesto que le oí decir:

  —¿Qué demonios…? ¿Ruby? ¿Eres tú?

  No podía levantarme. Noté que Vanessa me tocaba la cara y me di cuenta de que pronunciaba mi nombre a gritos, no en un susurro.

  —¡Oh, Dios mío! —dijo alguien.

  Me pareció que era Sam, pero me resultaba imposible abrir los ojos.

  —¡… el botón de emergencias!

  Percibí el peso de Ashley sobre las piernas. Sabía que era ella aun cuando mi cerebro entraba y salía continuamente del estado de conciencia. Una luz blanca y caliente me ardía bajo los párpados. Alguien me introdujo un objeto en la boca… algo de caucho, duro. Notaba el sabor de mi propia sangre, aunque no lograba adivinar si venía de la lengua, de los labios, o de…

  Dos pares de manos me levantaron del suelo y me depositaron sobre otra superficie. Seguía sin poder abrir los ojos; me quemaba el pecho. No podía dejar de temblar y tenía la sensación de que estaban arrancándome las extremidades.

  Y entonces olí a romero. Y sentí unas manos suaves y frías que me presionaban el pecho con fuerza, y después ya no sentí nada más.

   

*   *   *

  La vida volvió a mí en forma de bofetón en la cara.

  —Ruby —dijo alguien—. Vamos, sé que puedes oírme. Tienes que despertarte.

  Abrí mínimamente los ojos y me esforcé por no volver a cerrarlos cuando percibí la luz.

En las cercanías, oí una puerta que se abría y volvía a cerrarse.

  —¿Es ella? —preguntó una nueva voz—. ¿Vas a sedarla?

  —No, a esta no —respondió la primera voz. Conocía aquella voz. Sonaba tan dulce como siempre, solo que esta vez era quizá más afilada. Noté que la doctora Begbie me deslizaba las manos por debajo de los brazos para incorporarme—. Es dura. Podrá aguantarlo.

  Había algo que olía fatal. A ácido y podrido a la vez. Abrí los ojos de golpe.

  La doctora Begbie estaba arrodillada a mi lado y movía algo justo debajo de mi nariz.

  —¿Qué…?

  La otra voz pertenecía a una mujer joven. Tenía el pelo castaño oscuro y la piel clara, pero eso era lo único destacable. Sin percatarse de que estaba mirándola, se despojó de la bata azul y se la lanzó a la doctora Begbie.

  No tenía ni idea de dónde estábamos. Era una habitación pequeña, llena de estanterías con frascos y cajas, y no olía a otra cosa que no fuera a aquello que estaba utilizando la doctora Begbie para despertarme.

  —Ponte esto —dijo la doctora Begbie, obligándome a levantarme aunque no tuviera las piernas preparadas para ello—. Vamos, Ruby, tenemos que darnos prisa.

  Notaba el cuerpo pesado, las articulaciones rotas. Pero hice lo que me decían y me puse la bata de quirófano por encima del uniforme. Mientras yo me vestía, la otra mujer unió las manos a la espalda y esperó a que la doctora Begbie se las inmovilizara con una gruesa cinta aislante plateada. A continuación, la doctora repitió la operación, inmovilizándole los pies.

Mentes Poderosas Where stories live. Discover now