capitulo veintitrés

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CAPÍTULO VEINTITRÉS

 Por muchos poderes que Clancy tuviera, no los utilizaba. Me resultaba curioso que alguien capaz de influir en los pensamientos de los demás de aquella manera hubiera nacido con una personalidad capaz de atraer naturalmente a la gente hacia él. Y lo vi con mis propios ojos, cuando me invitó a acompañarle a dar una vuelta por el campamento.

  Clancy saludó a los niños vestidos de negro sentados alrededor de la hoguera. Su presencia levantaba entusiasmo. A su paso, todo eran sonrisas, y no hubo absolutamente nadie que al vernos no nos saludara con la mano o hiciera algún comentario, aunque fuese un rápido «¡Hola!».

  —¿Has hablado alguna vez con alguien sobre todo lo que te ha pasado? —le pregunté.

  Me miró por el rabillo del ojo, como si la pregunta le hubiese sorprendido. Hundió las manos en los bolsillos posteriores del pantalón y dejó caer los hombros, inmerso en sus cavilaciones.

  —Han depositado su confianza en mí —respondió, esbozando una triste sonrisa—. No quiero preocuparlos. Tienen que creer que soy capaz de cuidar de ellos, de lo contrario este sistema no funcionaría.

  Lo del «sistema» era un tema más profundo. Grabar el símbolo psi en la pared de los edificios y colgar carteles en los porches era una cosa, pero interiorizar el mensaje eran palabras mayores.

  El primer ejemplo claro que tuve de ello fue cuando coincidimos casualmente con la chica responsable del huerto del campamento, quien le pidió a Clancy que castigara a tres niños que, en su opinión, habían estado robando fruta delante de sus narices.

  Con solo dos segundos de escuchar el discurso de Clancy comprendí que la forma de vida en East River no estaba construida sobre una base de reglas duras y concisas, sino que descansaba casi por completo en el buen juicio de Clancy, que todo el mundo consideraba justo.

  Los acusados eran tres chicos Verdes que hacía tan solo unos meses que habían dejado atrás los Cubículos. La chica responsable del huerto los había dejado sentados en la tierra oscura del recinto, como patitos en fila. Todos iban vestidos con camiseta negra, pero no todos sus pantalones vaqueros estaban igual de sucios. Me hice a un lado mientras Clancy se arrodillaba delante de ellos, sin preocuparle en absoluto que la tierra húmeda pudiera manchar su pantalón perfectamente planchado.

  —¿Habéis robado la fruta? —les preguntó Clancy con amabilidad—. Decidme la verdad, por favor.

  Los chicos intercambiaron miradas. La responsabilidad de contestar a la pregunta recayó en el más alto de los tres, el que estaba sentado en el medio.

  —Sí. Lo sentimos mucho.

  Enarqué las cejas.

  —Gracias por vuestra sinceridad —dijo Clancy—. ¿Puedo preguntaros por qué lo hicisteis?

  Los chicos guardaron silencio durante un buen rato. Finalmente, con un poco de persuasión, Clancy consiguió sonsacarles de nuevo la verdad.

  —Pete se ha puesto enfermo y no ha podido estar presente a la hora de las comidas. No quería que nadie lo supiese, porque pensaba que se metería en problemas por no llevar a cabo las tareas de limpieza que le correspondían esta semana y Pete no quería… fallarte. Lo sentimos, lo sentimos mucho.

  —Lo comprendo —dijo Clancy—. Pero si Pete estaba enfermo deberíais habérmelo comentado.

  —En la última reunión de campamento dijiste que andamos escasos de material médico. Pete no quería tomar ningún medicamento por si acaso otro lo necesitaba de verdad.

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