capitulo veinticinco

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CAPÍTULO VEINTICINCO

 No debería haberme cogido por sorpresa que Liam se volcara a partir de entonces en su trabajo como vigilante, y sus compañeros tuvieron que esforzarse para convencerlo de que volviese a concentrarse plenamente en el tema de los campamentos. Me senté a su lado en más de una ocasión durante las reuniones con Olivia para discutir distintas maneras de superar las defensas de los campamentos, y les ofrecí mis sugerencias sobre cómo presentar sus ideas a Clancy.

  Lo bueno del entusiasmo —sobre todo el de Liam— es que es contagioso. A veces me pasaba noches simplemente sentada, mirándolo, viendo cómo se iba animando y cómo gesticulaba, como si intentase dibujar en el aire sus ideas para que todos le comprendiéramos mejor. Revestía sus palabras de un optimismo tan inquebrantable que conseguía incluso contagiar visiblemente a todo el mundo. A finales de la primera semana, el interés por el proyecto había alcanzado niveles tan altos, que nos vimos obligados a trasladar el lugar de las reuniones de nuestra cabaña al círculo de la hoguera. Y siempre se podía encontrar a Liam rodeado por un grupo de chicos leales que no lo abandonaban ni a sol ni a sombra.

  Chubs y yo habíamos vuelto a coger el ritmo con menos entusiasmo. Chubs me había perdonado, tal vez porque las personas desdichadas son incapaces de soportar solas su desdicha durante mucho tiempo. Nunca volvió a trabajar en el huerto y aquella chica, la mandona, tampoco lo delató en ningún sentido.

  Yo retomé mis lecciones con Clancy. O lo intenté.

  —¿Qué tienes hoy en la cabeza?

  No invadir la de él, eso seguro. Ni siquiera intentarlo.

  —Muéstrame lo que estás pensando —me dijo cuando abrí la boca para responderle—. No quiero oírlo. Quiero verlo.

  Levanté la vista de la piscina de luz que el sol que se filtraba por la ventana había proyectado en el suelo. Clancy me miró con una expresión de contrariedad que solo le había visto en una ocasión, el día en que uno de los Amarillos que quedaban en el campamento no pudo devolver a la vida una de las pocas lavadoras de las que disponía el campamento.

  Pero jamás dirigida a mí.

  Cerré los ojos y le cogí la mano. Rememoré la imagen de la mochila de Zu desapareciendo en la espesura del bosque. A lo largo de las últimas semanas, apenas utilizábamos palabras en nuestras conversaciones. Cuando queríamos comunicar algo, compartíamos las cosas a nuestra manera, nos comunicábamos en nuestro propio idioma.

  Pero hoy no. Era como si su cerebro estuviese encajonado en un cubo de hormigón y como si el mío fuese de gelatina.

  —Lo siento —musité.

  No tenía ni fuerzas para sentirme defraudada. Estaba inmersa en un estado de acobardamiento extraño, en el que el más mínimo ruido o visión que se produjera al otro lado de la ventana bastaba para distraerme. Me sentía cansada. Confusa.

  —Tengo cosas qué hacer —dijo Clancy, y percibí que detrás de aquellas palabras se estaba gestando algo—. Tengo que hacer mis rondas por el campamento, hablar con gente, pero intento también ayudarte. Estoy aquí contigo.

  Y al oír eso, el estómago me dio un extraño vuelco. Me erguí para apoyar la espalda en el cabezal de la cama, dispuesta a disculparme, cuando vi que Clancy abandonaba la cama y se dirigía a la parte de la habitación que era su oficina.

  —Clancy, de verdad que lo siento.

Pero cuando me planté delante de su mesa, él estaba ya tecleando en el portátil. Me tuvo allí, en silencio, consumida por la preocupación, durante lo que a mí me pareció una hora, hasta que por fin se tomó la molestia de levantar la vista de lo que estaba haciendo. Vi que también él se había cansado de fingir. El fastidio se había transformado en un enfado con todas las de la ley.

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