capitulo trece

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CAPÍTULO TRECE

 Ni a Chubs ni a Zu les gustó en absoluto tener que levantarse a las cinco y media, y aún menos entusiasmados se mostraron cuando Liam los obligó a hacer la cama mientras nosotros limpiábamos el cuarto de baño y sustituíamos las toallas usadas por otras limpias. No es que lo dejáramos impoluto, pero era mejor que alertar a la dirección del motel de que aquella noche había albergado en sus instalaciones a un grupo de okupas.

  Chubs echó a andar hacia el monovolumen, me lanzó una mirada y se detuvo en seco.

La expresión de su rostro lo decía todo: «¿Sigues aquí?».

  Me encogí de hombros.

  «Tendrás que aguantarlo».

  Hizo un gesto negativo con la cabeza y exhaló otro de sus suspiros.

  Nos instalamos, Zu y Chubs en los asientos intermedios, mientras Liam cerraba la puerta de la habitación del motel con una mano y con la otra sujetaba una taza de nefasto café.

  «Pobrecilla», pensé, mirando a Zu por el rabillo del ojo. Se había acurrucado en su asiento y utilizaba una mano enguantada a modo de almohada. «Creo que ha dormido poco».

  Liam inició su rutina habitual: verificó la posición de los retrovisores, ajustó el respaldo del asiento, se abrochó el cinturón de seguridad e introdujo la llave en el contacto. Pero el siguiente punto en la agenda de Liam no era responder a ninguna de las numerosas preguntas que Chubs le lanzó en relación con el rumbo que pensaba seguir. Se limitó a esperar a que su amigo empezara a roncar, para preguntarme:

  —¿Sabes interpretar un mapa?

  Me ruboricé de vergüenza.

  —No, lo siento.

  ¿No es eso algo que todo padre acaba enseñando algún día a su hijo?

  —No pasa nada. —Liam indicó el asiento del acompañante—. Ya te enseñaré, pero por ahora tendrás que irme informando de las indicaciones de la carretera. Ven, siéntate en el asiento del copiloto.

  Moví el pulgar en dirección a Chubs.

  Liam negó con la cabeza.

  —¿Me tomas el pelo? Ayer confundió un buzón con un payaso.

  Suspirando, me desabroché el cinturón de seguridad. Salté por encima de las piernas estiradas de Chubs para pasar al asiento delantero y miré por encima del hombro, al tiempo que clavaba la vista en sus minúsculas gafas.

  —¿Tan mal tiene la vista?

  —Peor que mal —dijo Liam—. Justo después de salir de Caledonia, entramos en una casa para pasar la noche. Me desperté cuando oí un ruido terrible, como si hubiera una vaca moribunda por algún lado. Seguí los gemidos y cogí un bate infantil de béisbol que encontré por la casa, pensando en que tendría que arrearle un golpe en la cabeza a alguien y salir pitando de allí. Y entonces fue cuando lo vi sentado en el fondo de la piscina… vacía.

  —No puedo creérmelo —dije.

  —Pues créetelo —me confirmó—. Ojo de águila había salido a hacer sus necesidades y no había visto aquel agujero gigantesco en el suelo. Al caer, se había torcido el tobillo y no podía salir.

  Me esforcé por no romper a reír a carcajadas, pero me resultó imposible. Solo de imaginármelo se me saltaban las lágrimas.

  Liam encendió la radio y me dejó elegir la emisora. Pareció satisfecho con mi decisión

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