capitulo catorce

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CAPÍTULO CATORCE

 Me quedé dormida en algún punto entre Staunton y Lexington y me desperté justo a tiempo de tener una vista perfecta del imponente edificio blanco de Roanoke, el antiguo Walmart de Virginia.

  El cartel azul seguía aferrado con desesperación al edificio, pero era el único detalle que recordaba el centro comercial que fuera en su día. En el aparcamiento había carros de la compra que corrían de un lado a otro según soplasen las ráfagas de viento. Con la excepción de algunos coches abandonados y de los contenedores verdes de la basura, el gigantesco aparcamiento asfaltado estaba vacío. Bajo el resplandor anaranjado del sol de la tarde, daba la sensación de que el Apocalipsis había llegado a Virginia.

  Y estábamos a un tiro de piedra de Salem. A diez minutos en coche. Se me hizo un nudo en el estómago solo de pensarlo.

  Liam insistió una vez más en salir solo del coche a examinar la zona. Noté en el brazo el roce del guante amarillo de Zu y no necesité mirarla para adivinar la expresión de su cara. Deseaba tan poco como yo que Liam se adentrara en la boca del lobo completamente solo.

  «Por eso te has quedado con ellos», me recordé. «Para velar por su seguridad». Y en aquel momento, la persona que más me necesitaba era la que empezaba a alejarse del coche.

  Bajé corriendo de Black Betty.

  —Tocad el claxon tres veces si hay algún problema —dije, y cerré la puerta.

  Liam debió de oírme, pues se quedó esperándome apoyado en una de las oxidadas casetas destinadas a almacenar los carros de la compra.

  —¿Puedo convencerte de alguna manera de que vuelvas corriendo al coche?

  —No —dije—. Vamos.

  Tomé la delantera y Liam me siguió con las manos metidas en los bolsillos. No le veía la cara, pero su forma de caminar arrastrando los pies hacia las maltrechas puertas del centro me bastaba para imaginármela.

  —Antes me has preguntado cómo es que conocía este lugar… —dijo, cuando nos acercamos a la entrada.

  —No… no, tranquilo, ya sé que no es de mi incumbencia.

  —Verde —dijo Liam—. No pasa nada. Lo único es que no sé por dónde empezar. ¿Sabes que tanto Chubs como yo estuvimos escondidos? No fue lo que se dice agradable para ninguno de los dos. Aunque él, como mínimo, estuvo en la cabaña que tienen sus abuelos en Pensilvania.

  —Ya, y tú tuviste el placer de esconderte en este estupendo establecimiento norteamericano.

  —Entre muchos otros —dijo Liam—. No… no me gusta hablar de esa época delante de Zu. No quiero que piense que su vida será siempre así.

  —Pero no puedes mentirle —dije—. Sé que no quieres asustarla, pero no puedes fingir y decir que su vida no será dura. No me parece justo.

  —¿No te parece justo? —Inspiró profundamente y cerró los ojos. Cuando tomó de nuevo la palabra, su voz había recuperado el habitual tono amable—. Da lo mismo, olvídalo.

  —Mira —dije, cogiéndolo del brazo—. Lo entiendo. Estoy de tu lado. Pero no puedes comportarte como si todo fuera a ser fácil. No le hagas esto a Zu… no le des falsas esperanzas. He pasado media vida en un campamento con miles de niños que se hicieron mayores pensando que mamá y papá siempre estarían a su lado y todos ellos, todos nosotros, hemos salido gravemente perjudicados.

  —Vaya, vaya —dijo Liam. Su enfado había desaparecido por completo—. Tú no estás perjudicada.

  Podría haberle replicado hasta quedarme afónica.

Mentes Poderosas Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz