capitulo once

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CAPÍTULO ONCE

 Debíamos de haber recorrido unos quince kilómetros cuando los chicos empezaron a espabilar. Puesto que Zu no dejó de llorar ni un momento en el asiento de atrás y yo no tenía ni idea de hacia dónde íbamos, decir que me sentí aliviada sería un eufemismo.

  —Mierda —gruñó Liam. Se llevó la mano a la cabeza y, sorprendido, se enderezó hasta sentarse—. ¡Mierda!

  Había quedado con la cara a escasos centímetros de los pies de Chubs, y tiró de ellos como si quisiera asegurarse de que seguían unidos a su cuerpo. Chubs gimoteó y dijo:

  —Creo que voy a vomitar.

  —¿Zu? —Liam se desplazó a gatas hacia la parte posterior, y sin querer le dio una patada en la pierna a Chubs, que gritó para protestar—. ¿Zu? ¿Has…?

  Zu rompió a llorar con más fuerza y escondió la cara detrás de sus guantes.

  —Oh, Dios mío, lo siento… lo siento mucho… yo…

  La voz de Liam era agónica, como si le estuvieran arrancando las entrañas. Vi que cerraba la mano en un puño y se la acercaba a la boca, le oí que intentaba toser para aclararse la garganta y seguir hablando, pero no consiguió articular ni una sola palabra más.

  —Zu —dije, con voz extrañamente tranquila—. Escúchame bien. Nos has salvado. No habríamos salido de esta sin ti.

  Liam giró la cabeza hacia mí, como si acabase de recordar mi presencia. Me estremecí, aunque, ¿por qué tenía que molestarme que primero quisiera verificar el estado de sus verdaderos amigos?

  Se desplazó de nuevo hacia delante y, durante la maniobra, noté su mirada clavada en mi nuca. Cuando llegó al asiento del acompañante, se derrumbó en él, pálido como el papel.

  —¿Estás bien? —me preguntó con voz ronca—. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo nos has sacado de allí?

  —Ha sido Zu —empecé a decir.

  Era consciente de que tendría que moverme por una estrecha línea entre la verdad y la mentira, consciente de lo que debía contarles, tanto por mi bien como por el de Zu. No estaba segura de lo mucho que Zu recordaba de lo sucedido, pero no estaba dispuesta a confirmar ninguno de sus temores.

  —Hizo que un coche chocara contra el otro —me limité finalmente a decir—. Uno de los tipos quedó inconsciente y el otro salió huyendo.

  —¿Qué era…? —A Chubs le costaba respirar—. ¿Qué era ese ruido tan horrible?

  Me quedé mirándolo, y traté de pronunciar con los labios las palabras que la incredulidad me impedía articular.

  —¿No lo habíais oído nunca?

  Los chicos negaron con la cabeza.

  —Dios —dijo Liam—, era como el maullido de un gato en una batidora mientras, además, se electrocuta.

  —¿De verdad que no teníais Ruido Blanco? ¿Control Calmante? —pregunté, sorprendida por la rabia que se apoderaba de mi corazón. ¿En qué campamento habían estado esos chicos? ¿En la tierra de las golosinas?

  —¿Y tú sí? —Liam movió la cabeza de un lado a otro, seguramente para librarse de una vez por todas del zumbido.

  —En Thurmond lo usaban para… inhabilitarnos —le expliqué—. Cuando había rebeliones o problemas. Te impide pensar y no puedes utilizar tus facultades.

  —¿Y tú por qué estás bien? —gimoteó Chubs, medio suspicaz, medio celoso.

  La pregunta del millón. Mi larga y sórdida historia con el Ruido Blanco incluía varios episodios de desmayos, vómitos y pérdida de memoria, eso sin mencionar mi última experiencia, con abundante sangrado por la nariz y los ojos. Supongo que cuando has probado lo Peor, lo Bastante Malo ya no es tan terrible. Si aquella era su primera experiencia con el Ruido Blanco, explicaría por qué se habían marchitado hasta quedarse como hierba seca en cuestión de segundos.

Mentes Poderosas Where stories live. Discover now