La guerra, parte II

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—Mañana tengo que salir temprano —Blake divulgó—, así que puedes quedarte y dormir lo que desees. El seguro de la puerta es automático, por lo que no hay problema si sales después que yo.

—¿Blake?

—Si ya estás más tranquilo, ve a dormir.

Sin siquiera despedirse de frente, Blake se adentró a la habitación de la izquierda y cerró la puerta. Honestamente no comprendía sus acciones, aunque preferí evitar otra discusión y acomodé las colchas en el sillón. Retiré la chaqueta y recordé que la pastilla de Luna seguía sobre la barra. Fui hasta la mesa y tomé la droga para guardarla en el bolsillo del pantalón. Una vez regresé al sillón, me acosté y usé la almohada para recargar la cabeza e intentar dormir.

Es muy probable que estaba soñando con mucha vivacidad, pues veía imágenes en una especie de casona amplia como una sala de comedor elegante. Yo estaba sentado en una silla y frente a mí había dos niños. El primero tenía el cabello muy largo, lacio y rubio claro, su tez era en exceso pálida y sus ojos eran de un verde clarísimo. El segundo tenía los ojos azules, el cabello negro y corto y la tez pálida. Había un cierto parecido entre ellos dos, como si fueran hermanos. No había sonido detectable, sólo una especie de estática que se acrecentaba y que era acompañada de un timbre armonioso y reconocible. De pronto la imagen se opacó y el timbre se agudizó.

Abrí los ojos y escuché a mi teléfono sonar. Sujeté el aparato y leí el nombre de Charles en la pantalla. La hora marcaba las tres y media de la madrugada. Presioné la pantalla en el botón verde y contesté.

—¿Charles? —dije adormilado—, ¿qué pasa?

—Heath, es Princesa... Edward ha sido tomado como rehén. Entraron a su casa y se lo han llevado —resonó la voz desesperada de Charles por la bocina del celular.

Me incorporé a toda prisa. Comencé a vestirme. Aunque no recordaba cuándo me había despojado de mis ropas, no le di mucha importancia al detalle.

—¿Dónde estás? —pregunté con rapidez.

—En su apartamento. Roy está conmigo. Dejaron una nota. Quieren que vayamos al puerto del sur, el que conecta con las Islas Brook en la ciudad de Fuego, pero piden tu presencia obligatoria o lo matarán.

—De acuerdo. Voy para allá. Llama a Jenny y dile que lleve a Prim. Manda a Roy al laboratorio y que asegure el bienestar de Nekros.

—De inmediato.

Cuando terminé de alistarme, doblé a toda prisa las colchas y escuché la puerta del cuarto de Blake abrirse.

—Lamento despertarte —dije al aire y al poner la almohada junto a las colchas. Caminé rumbo a la salida y miré a Blake antes de salir. Proseguí—: tengo que irme. Gracias.

Blake no replicó, y yo no podía darme el lujo de esperar sus respuestas. Así que abrí la puerta principal y abandoné el departamento. Corrí por las escaleras y salí hacia el aparcamiento libre y retiré la alarma de mi auto. Mi mente daba vueltas en un montón de cosas, pero comprendía el peligro de la situación en que uno de mis amigos estaba, por esta razón ignoré al resto de mis pensamientos.

Sin reparo, conduje entre ciento veinte y ciento sesenta kilómetros por hora en dirección a la ciudad de Fuego. En carretera libre llevé al motor del auto hasta casi ciento noventa kilómetros por hora y dejé que el estrés proporcionara a mi cuerpo suficiente adrenalina y agudizara mis sentidos.

*****

Llegué al puerto del sureste en unos cincuenta minutos aproximadamente o tal vez menos. Estacioné el auto entre dos camionetas blindadas reconocibles de mi grupo de escolta y bajé con rapidez.

El Dragón del EsteWhere stories live. Discover now