Revelaciones

35 2 2
                                    

—¿Y cómo terminaste como uno de los Señores de la Droga? —preguntó con su voz varonil John.

Él estaba sentado frente a mí en un sillón rústico de tela café. Sus ojos azules un poco opacos contemplaban mi imagen con seriedad y su rostro agraciado y maduro parecía inmutable.

Antes de replicar, tomé un vaso que estaba sobre la mesa. Éste tenía un líquido dorado que al pasar por mi garganta dejaba un sabor a madera rústica. Mi mano temblaba un poco y sé que mis ojos de un tono verde claro iban de John hacia la ventana. Nunca antes había decidido hablar con una persona externa a mi grupo sobre mi vida privada. Sin embargo, era inevitable ignorar los estremecimientos que recorrían mi cuerpo cada que pensaba en este hombre. Suspiré y puse el vaso de vuelta en la mesa. Crucé los brazos y hablé:

—No fue por la adicción que alguna vez tuve, si es lo que piensas —revelé con una voz tranquila y jovial—, aunque sí fue una gran influencia en mis decisiones. Pero la motivante fue otra. Quizás haya sido el odio que sentía por el sujeto al que le trabajaba o por el repudio a la vida que me ha seguido hasta este momento. Tal vez sea la única forma de sobrevivir ante la suerte que el destino me ha impuesto.

—Fuiste un adicto... —John opinó con desilusión palpable—. ¿Lo eres aún?

—Fui —reiteré con rapidez—. Ahora utilizo el alcohol —acallé de inmediato.

Aquella revelación había sonado como una excusa que había dicho para convencerme a mí mismo más que para limpiar mi reputación frente a John. Todavía el pasado me perseguía hasta este punto y no podía negar que era un prisionero... el mismo tipo que siempre había sido.

—Quizá no lo comprendas, John —agregué—, porque es muy probable que tú nunca hayas pasado por momentos tan desagradables como yo.

—No puedes saberlo —compuso el hombre.

Durante unos minutos, nuestras miradas quedaron prendidas una de la otra; yo arrojaba molestia y él mostraba una seriedad imposible de interpretar. Ninguno de los dos nos movimos. John portaba una gabardina larga, unas botas cortas y un saco elegante. Su imagen mística era capaz de atormentarme con deseos sexuales y mórbidos. Por otro lado, yo traía una camisa negra, una corbata roja, un saco rojizo y el pantalón oscuro que combinaba con las botas negras tipo militar; era mi atuendo especial y el que utilizaba por motivos de celebración. Horas antes había salido de la oficina para encontrarme con John. Incluso había ignorado las peticiones de Charles; mi subordinado más próximo y mi mano derecha.

No podía negar que las advertencias de Charles tenían cierta verdad y estaban bien intencionadas, pues no conocía nada de John. Tan sólo podía asegurar que ese nombre era un alias, pero nada más.

—Supongo que ninguno de los dos confía en el otro —la voz de John llenó la habitación.

Sonreí con honestidad. No deseaba volver a perder el contacto con él, así que estaba dispuesto a hablar.

—Mucho antes de acercarme a las drogas —comencé—, a una corta edad, comprendí que el único regalo que la vida me ha dejado es el sufrimiento. Mi padre fue un adicto y vivió cosas desagradables que lo llevaron a un punto sin salvación. Casi toda nuestra infancia, mi hermano y yo nos protegimos el uno al otro. Nos cuidábamos para salir adelante ante la soledad y suerte de haber nacido sin ser deseados por nadie. Pero él también era un niño como yo y, por más que nos apoyáramos, no podíamos combatirlo todo. Una noche, antes de tomar el camino fácil, mi padre tuvo una fiesta. Había invitado a un montón de supuestos amigos. Sé que nos había ordenado permanecer en nuestra habitación. Sin embargo, no puedes controlarlo todo, y así ocurrió esa noche. Uno de los invitados, un conocido de mi padre, entró a nuestra habitación. Mi hermano había salido a buscar comida, ya que llevábamos dos días sin alimentarnos debidamente. El hombre tomó ventaja de su estatura y peso... Supongo que puedes imaginar lo qué pasó.

El Dragón del EsteWhere stories live. Discover now