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Exhalé el humo fuera de mi organismo. 


Por fin había podido encender uno de los cigarrillos, gracias a los fósforos que, al parecer, Glenn siempre había traído con él. 

Habían pasado horas y nada había cambiado. Seguíamos en el medio del camino.

— ¿Cuánto lleva ahí? — miré a Maggie. 

— Desde que Eugene quedó inconsciente. — lancé la colilla al suelo y la pisé, apagándola, para no molestarla con el humo. 

Ambas miramos a Abraham, de rodillas en el asfalto con la mirada perdida en algún lugar. 

— Se ve que lo afectó demasiado. — agregó, por lo que asentí.

— Vaciamos lo que quedaba en el tonel. — Tara se acercó a nosotras junto con Glenn y Rosita. — Tengan. — nos entregó una botella de agua.

— ¿Algún cambio? — el asiático señaló a Eugene.

— No. — Maggie habló. 

— ¿Y si lo llevamos a la iglesia? — sugirió. — Podría descansar mejor.

—  Si volvemos, tendríamos que  hacerlo todos. —  intenté hacer ver mi punto. —  Además, ¿dónde lo llevaríamos? No creo que quieran amarrarlo al techo.

Nos quedamos en silencio.

—  El agua se acabará pronto.— Tara lo rompió.

—  Sé de una ribera a pocos kilómetros de aquí. — Rosita colocó sus manos en sus caderas. — Iríamos y volveríamos en menos de una hora. 

— ¿Estás segura? — cuestioné. Asintió. — Bien. Entonces, ¿vamos a ir? 

— Sí. — Glenn respondió. — Pero alguien debe quedarse con ellos. — todos compartimos miradas.

— Yo lo haré. — Maggie habló. — Estaré bien.

— Puedo queda...—

— Lo prometo. — Glenn terminó por asentir lentamente. Tomé unas cuantas botellas vacías. — Manténganse a salvo. 

— Igual ustedes. 

Con una última mirada al grupo que se quedaría, nos adentramos en el bosque. 

Levanté mis pies más de lo normal en cada paso que daba, porque mis botas se enterraban en la tierra algo húmeda. 

— No creo que haya sido una buena idea.  — Glenn negó con su cabeza y dejó de caminar.

— Confía en ella. Si ella dice que puede, es porque es así. — empujé un poco su hombro para hacerlo retomar el camino.

Arreglé las botellas en mi mano y llevé mi atención a mi brazo. Tenía cicatrices a montones, pero esta en particular había sido en vano. Y estaba furiosa por ello. 

Ni siquiera sabía porqué me quejaba tanto, si desde antes tenía mis dudas con respecto a Eugene, pero siempre elegimos creer cuando ya no hay nada más que hacer, ¿verdad?

— Miren a esos pobres caminantes. — la voz de Tara me distrajo. — Están atrapados bajo ese tronco. Quédense ahí chicos, no se preocupen, no hay nada para ustedes en Washington. 

— Basta. No es gracioso. — Rosita la regañó.

— Bien, bien. — levantó sus manos y luego susurró. — Pero sí fue un poquito gracioso. 

— ¿Es eso? — le pregunté a Rosita, cambiando de tema. Señalé hacia adelante. 

— Exactamente eso. — arregló su gorro y se apuró a llegar primero. — Maldición.

𝐋𝐎𝐘𝐀𝐋𝐓𝐘 || 𝙳𝚊𝚛𝚢𝚕 𝙳. /𝙽𝚎𝚐𝚊𝚗 𝚂.Where stories live. Discover now