A Horacio el pasado lo atormenta. Para Toni el futuro es incierto. Gustabo no sabe qué hacer con su presente y Carlo tiene que aprender a lidiar con sus tres hermanos menores mientras batalla contra sus propios problemas.
❱Créditos de los dibujos...
Semi-formal, le había dicho Conway. Decidió que con un overol caqui y un pullover verde militar hacía una combinación estilizada. Se puso botas marrones y le escribió perezosamente a su novio falso: Estoy listo, cara de mierda.
Era el viernes prometido donde, a insistencia del Alfa, se haría pasar por su pareja frente a los padres de Julia Evans. Según le dijo, sus propios padres (los de Jack), sabían que era una simulación, por que no tendría que preocuparse por verse en situaciones incómodas. Gustabo lo dudaba; las familias en general eran incómodas para los que no pertenecían en ellas.
Aceptó, pero con una condición importante. Los Evans, en especial Julia, tendrían que saber que él estaría presente en la pequeña cena. Le parecía rastrero el hecho de aparecerse a una reunión sin aviso, porque sus intenciones no eran avergonzar públicamente a la Omega, ni mucho menos. Entendía el propósito de Conway, y le ayudaría a establecer un cierre sin necesidad de ser cruel. El Alfa estuvo de acuerdo de inmediato. Al día siguiente de esa conversación, le confirmó que Julia sabía, y que estaba en ella ir o no ir.
Cara de mierda tu puta madre, capullo, le escribió Jack, al cabo de diez minutos, seguido de estaré ahí en cinco.
Antes de que pasaran en esos minutos, Gustabo necesitaba apoyo fraterno. Corrió escaleras abajo y encontró a Toni en la isla de la cocina. Había platos sucios en torre, donde presumiblemente estuvo su almuerzo y revisaba un libro de pasta negra, pasando y pasando páginas. El Omega menor carraspeó, parado a un lado.
—¿Qué quieres? —Interrogó Toni, sin verle. Se le notaba concentrado.
—Mírame.
Su hermano mayor rodó los ojos. Lo estudió de pies a cabeza y ladeó el rostro, desconcertado.
—¿Vas a salir?
—Sí, ya te lo conté. Lo de Conway.
Toni abrió los ojos como platos.
—¡Coño! ¡Pero dijiste que era el viernes!
—Hoy es viernes, zopenco.
El chico de rubio más intenso miró un calendario que María mantenía en la pared y exhaló con sorpresa. El tiempo sí que iba volando.
—Pues vas magnífico —le dijo el mayor, sinceramente—. Te ves adorable.
