«¡Perezcan todos los de Ilio, sin que sepultura alcancen ni memoria dejen!»

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—Háblanos del CHRYS–20, Sophie, por favor —pidió Ares en tono conciliador. Al parecer, para ser el dios de la guerra, era bastante más coherente que el resto de nosotros—. La situación debe ser muy extrema si habéis organizado todo eso para evitar su expansión.

—Lo es. No hemos registrado ningún superviviente aún. En el momento en el que entras en contacto con el virus, estás condenado.

—¿Cuál es su sintomatología? —inquirió de nuevo.

—Ataca a las plaquetas o trombocitos, que juegan un papel muy importante en la coagulación de la sangre. El tiempo de vida de estas células oscila entre los ocho y once días, pero este virus las mata en horas, generando una trombocitopenia*. Esto genera un riesgo de hemorragia, interna o externa, muy grave. —Me humedecí los labios a conciencia antes de continuar—: Los pacientes de CHRYS–20 se desangran hasta morir sin que podamos hacer nada por evitarlo.

—Qué imagen tan agradable —comentó Apolo con sorna.

—¿Por qué a las plaquetas? —preguntó Afrodita, obviando el comentario jocoso de su hermanastro—. ¿Por qué no a otra parte?

Miré a la diosa, lista para contestar, pero Atenea se me adelantó:

—Los virus son agentes infecciosos que solo pueden replicarse dentro de las células de otros organismos. Este, en concreto, ataca a todas las células, pero en especial a los trombocitos. ¿Me equivoco?

Intenté ocultar mi sorpresa ante su aclaración. Estuve a punto de preguntar el motivo por el que conocía tan bien aquella información hasta que caí en la cuenta de que Atenea era la diosa de la sabiduría y las ciencias. Y, desde luego, su sobrenombre no era infundado.

—Para nada. Así es justo como funciona.

No pude evitar mirar a Diane, quien había guardado silencio desde mi confesión. La diosa parecía muy concentrada en la superficie vidriada de la mesa. A pesar de ello, y como si hubiese sentido mis ojos sobre ella, me devolvió el gesto. Aparté la mirada con rapidez, incapaz aún de enfrentarme a sus reproches.

—Hay algo que no entiendo —comentó Afrodita, permitiéndome olvidar brevemente mis remordimientos—. Has dicho que el COVID formaba parte de un proyecto de colaboración. —Asentí vehementemente. Su atención se centró en Ares—: Hermes dijo que, aunque desconoce aún la identidad del asesino del tal Sanders, podía confirmarnos que el gobierno chino estaba detrás de todo —concluyó antes de volverse de nuevo hacía mí—. No paso mucho tiempo en contacto con humanos, pero entiendo que asesinar a alguien no entra dentro de vuestra concepción de «colaborar», ¿verdad?

Me acomodé en mi asiento para contestar, pero el sonido estridente de mi teléfono, que anunciaba una llamada entrante, me lo impidió. Saqué el terminal a toda prisa del bolsillo trasero de mi pantalón y les dediqué una mirada de disculpa a mis acompañantes. Corté la llamada antes de que la culpabilidad hiciese acto de presencia y me prometí a mí misma que llamaría a Elijah esa misma tarde. Volteé el móvil y lo dejé bocabajo sobre mis muslos.

Todos los dioses seguían pendientes de mí, a la espera de una explicación. Casi por instinto, miré a Apolo, cuya expresión no fui capaz de descifrar.

—Cuando la situación con el COVID fue insostenible, el mundo entero se volvió contra China. El estigma hacia ellos creció hasta el punto de que fue llamado «virus chino» por muchos —argumenté—. Sus dirigentes pensaron que nuestro Gobierno les apoyaría, ya que Estados Unidos es una de las potencias mundiales y, por tanto, un importante líder de opinión. Como sabréis: no lo hicieron. Estados Unidos se mantuvo al margen, dejando que China se hundiese.

—Por eso van a por vosotros ahora —concluyó Ares.

Asentí nuevamente.

—El señor Sanders y yo estuvimos en la reunión en la que decidieron soltar el agente patógeno. Creímos que era la solución óptima para tratar de frenar la expansión del CHRYS–20, cuya mortalidad era infinitamente mayor —expliqué—. Por eso Mary, la mujer del señor Sanders, dijo que yo había sido la causante de la muerte de su marido. —Apolo asintió, sopesando mis palabras—. Sanders no estaba completamente de acuerdo, pero yo le convencí para que votase a favor. Mi soberbia al creerme capaz de controlar la situación es lo que nos ha traído hasta aquí.

É R I D E [PÓLEMOS #1] | TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora