- No quiero abusarme de su poder pero me gustaría una recomendación con el almirante. – Se rasca la nuca con nerviosismo. – Hace meses trato de ser transferido a una tropa activa y dejar de estar en la banca.

Su pedido me causa ternura. A simple vista parece rudo, imponente y serio, pero resultó ser muy dulce.

- Está bien. – Su mirada se llena de ilusión. – Pero no puedo prometerle nada, soldado.

- Lo sé, lo sé. Aunque algo me dice que a usted si la escuchará el almirante.

Pobre soldado inocente. Caín quiere cualquier cosa de mí pero escuchar mis sugerencias no es una de esas.

- Lo intentaré. – Pongo mis manos en su pecho y lo empujo para que camine. – Ahora ve y haz lo que te pedí.

Pone dos dedos en su frente y realiza un saludo militar.

- Lo que ordene, capitana.

Se aleja de mí y camina en dirección a Abigail, captando totalmente su atención cuando entra en su campo de visión. Conversan un par de minutos y sé que el plan está funcionando cuando la rubia toma un mechón de su larga cabellera rubia y lo enrosca en su dedo, sonríe de manera seductiva y poniendo ojitos de cachorro. Sabe que es sensual y lo usa a su favor, y no la culpo.

Pego mi espalda nuevamente a la pared y hecho la cabeza hacia atrás, soltando un suspiro. Me mantengo así hasta que escucho el sonido de unos tacones acercarse, acompañado de la voz y risa de Max. Me pongo de espalda a ellos, para evitar que Abigail me note, aunque parece muy entretenida con el soldado.

- Será mejor que salgamos a tomar aire, fuera está despejado. – Max pronuncia esas palabras antes de montarse en el ascensor y eso activa la segunda parte de mi plan. La señal significa que ya no hay nadie interfiriendo con mi destino, la oficina de Caín. Espero que el ascensor cierre y comience a andar, y cuando esto ocurre, camino en dirección a las puertas del infierno. La puerta, mejor dicho.

No me tomo el tiempo pensarlo ni analizar lo que puede salir mal de esto, porque si lo hago me arrepentiré. En su lugar, tomo el pomo y lo hago girar. Mis pulmones parecen olvidarse de cómo respirar cuando ingreso a la oficina y lo veo.

Está sentado frente a su escritorio, el cual sigue siendo un desastre desde anoche, y rellena un expediente. Tiene puesto una camisa negra arremangada que deja ver la mitad de sus brazos y no luce para nada cansado. De hecho, no luce como el hombre desamparado y débil que rescaté anoche. El dictador ha vuelto y no parece contento. Quiero abrir la boca para decir algo pero me encuentro en blanco, aunque me gana de antemano.

- Estabas tardando mucho. – Su tono es duro y frío. Tomo una respiración antes de hacer un par de pasos y responderle. No importa cuánto camine, siempre parece que estamos a kilómetros de distancia.

- Supongo que no estás tan "ocupado" como dijo Abigail. – Hago el gesto de comillas en el aire.

Caín suelta la lapicera que tiene entre los dedos y me mira. Sus oscuros ojos se encuentran un poco irritados aun pero eso no le quita el efecto que tiene sobre mí; Mis piernas flaquean, el corazón se me acelera y las bragas se me mojan. Siempre y sin fallar.

- No quiero verte. – No me toma de sorpresa su comentario pero no niego que golpea bruscamente el improvisado muro que he intentado levantar entre ambos para no dejarme en evidencia.

- Lo sé.

- ¿Entonces qué haces aquí?

Buena pregunta. Sé que debería concentrarme en la misión y los pedidos de mi tropa, pero me urge saber si estoy equivocada o Caín de verdad asistirá a la maldita fiesta en el club. Quisiera ser directa y decírselo pero debo tener cuidado con él, no puedo revelar cuando sé o quedaré desprotegida en este juego que llevamos.

Arder | Versión en españolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora