Abigail niega repetitivamente haciendo que su joyería en las orejas haga ruido. Paso mi lengua por mis dientes superiores y bajo un dedo, dejando arriba el corazón.

- La segunda, comienzo a sospechar de que no es solamente estúpida, sino que también sufre de daltonismo. – Miro su atuendo de manera despectiva y ella imita el acto, pero pone una mueca de indignación. Señalo mi chaqueta y continúo. – Tal vez no lo sepa o su experiencia dentro de la central sea muy limitada, pero este color significa que no soy un soldado. El burdeo se ve poco pero cuando lo haga, diríjase a quien lo porta como capitán. ¿Entendió todo o debo repetirlo mucho más lento?

Asiente frenéticamente cuando termino mi discurso. Bajo mi dedo corazón pero no me retiro, sino que pongo mi mano tras mi oreja y ladeo mi rostro.

- Quiero oírla, Amber.

- Entendí todo. – La miro alzando las cejas. – Entendí todo, capitana.

Le sonrío de la manera más falsa y cínica que puedo. Una vez que me volteo, respiro profundamente para calmarme y me alejo del escritorio. No suelo comportarme de ese modo con nadie y mucho menos tiendo a faltarle el respeto a quien no conozco pero esa mujer se lo había ganado, no puede tratar a la gente como si fuese superior a todos. También la respuesta de Caín ayudó a incrementar mi enojo, pero no pienso admitirlo. De hecho, mientras ponía los puntos sobre las íes de Abigail, ideé un plan.

Doblo en dirección a un grupo de soldados, los cuales conversan de forma dispersa. Cuando estoy detrás de ellos carraspeo y todos dejan su aura distendida para cuadrarse, poniendo sus espaldas rectas y rostros serios. Eso es respeto a un superior, Abigail.

- Soldados. – Asiento.

- Capitana. – Hablan al unísono.

- Necesito un favor pequeño y rápido.

Nunca había cruzado palabra con ellos por lo que se miran de reojo de forma curiosa.

- ¿Qué necesita, capitana? – Se atreve a preguntar uno de los soldados. Este tiene la tez aceitunada, ronda entre los 35 años y mide muchos centímetros más que yo. Sonrío con malicia en su dirección y espero parece causarle gracia, por lo que me devuelve el gesto pero con la boca cerrada.

- Soldado, acompáñeme.

ºº

- ¿Está segura de que funcionará? – Pregunta dudoso.

Me encuentro apoyada contra una pared vidriada de una oficina, la cual está doblando al punto donde está Abigail. Por otro lado, delante de mí, está Max. El soldado que recluté para la pequeña misión. Su posición hace que pueda ver de reojo a la secretaria pero ella apenas puede divisarnos, bueno, solo a él.

- Por supuesto que funcionará. – Pone una mueca poco convincente. - ¿Cuánto quieres?

- ¿Qué?

Max se descoloca por mi comentario. Lo que no sabe es que me urge sacar a esa cruel secretaria de su lugar para concretar mi plan, por lo que mi desespero llega a niveles altos.

- Dinero. – Digo con obviedad. - ¿Cuánto quieres?

- No puedo aceptar su dinero, capitana.

- ¿Pero? – Frunce el ceño. – Siempre hay un pero, Max.

Que lo llame por su nombre y no apellido hace que relaje su tensa postura y sonría tal y como hizo cuando lo recluté. Al estar cerca suyo pude notar que tiene los ojos verdes cual hojas renacidas en primavera y sobre cada extremo de su sonrisa hay unos tiernos hoyuelos. Tiene el cabello rizado y vello fácil afeitado. Es atractivo.

Arder | Versión en españolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora