Capítulo 50

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El señor Oh había deseado a menudo, antes de este período de su vida, que en lugar de gastarse toda su renta cada año, hubiera reservado una suma anual para que sus hijos y su esposa, si ésta le sobrevivía, gozaran de una situación holgada cuando él muriera.

En esos momentos lo deseaba más que nunca. De haber cumplido con su deber a ese respecto, Baek no tendría que estar en deuda con su tío por haberle devuelto su honor o prestigio a cambio de dinero. La satisfacción de haber logrado convencer a uno de los jóvenes más despreciables de Gran Bretaña para que se casara con el habría sido menos amarga.

Al señor Oh le preocupaba profundamente que una causa tan poco ventajosa para todos se hubiera logrado a expensas de su cuñado, y estaba decidido, en la medida de lo posible, a averiguar el monto de su ayuda, y saldar la deuda con él cuanto antes.


Cuando el señor Oh se había casado, la economía la había considerado un tema superfluo, pues estaba claro que tendrían un hijo varón que aspirada a la posición de sir o Lord. Cuando ese hijo alcanzara la mayoría de edad, la propiedad pasaría a sus manos, lo que proporcionaría a la viuda y a los hijos menores una buena renta con qué vivir.

Nacieron cinco hijos donceles consecutivos, y el hedero no llegaba. Durante muchos años después de nacer Baek, la señora Oh había estado convencida de que el varón llegaría. Por fin habían perdido toda esperanza, pero era demasiado tarde para empezar a ahorrar. La señora Oh no era una buena administradora, y sólo el amor de su marido por su independencia les había impedido excederse en sus gastos.

En virtud de las cláusulas del matrimonio, la señora Oh y sus futuros hijos recibirían cinco mil libras. Pero las proporciones en que esa suma se repartiría entre los hijos dependía de la voluntad de sus padres.


Esta era una cuestión, al menos con respecto a Baek, que ahora era preciso resolver, pues el señor Oh no se sentía obligado a dejarle un céntimo. En agradecido reconocimiento por la generosidad de su hermano, aunque expresado de forma muy concisa, el señor Oh le había escrito manifestando su aprobación por todo cuanto el señor Gardiner había hecho, y su voluntad de cumplir con todas las obligaciones que éste había contraído en su nombre.

El señor Oh jamás había imaginado que, de lograr convencer a Jummyeon para que se casara con su hijo, se conseguiría gracias a un acuerdo que apenas le había supuesto a él ninguna molestia. El hecho de que se hubiera logrado con tan poco esfuerzo por su parte era también motivo de profunda satisfacción; pues sus deseos, en estos momentos, era que el asunto le causara la menor molestia.


Cuando los primeros arrebatos de ira que le habían llevado a partir en busca de su hijo habían cesado, el señor Oht había regresado como es natural a su habitual apatía. Remitió su carta enseguida; pues, aunque perezoso a la hora de tomar decisiones, era rápido en ejecutarlas. Rogaba a su hermano que le dijese cuánto le debía, pero estaba demasiado furioso con Baek para enviarle un mensaje.

La buena noticia se difundió rápidamente a través de la casa, y a una velocidad proporcional a través de la comarca. En la comarca la acogieran con bastante filosofía. Ciertamente, habría contribuido a conversaciones más animadas si el señorito Baekhyun hubiese venido a la ciudad; o, mejor aún, se hubiese apartado del mundo en un remoto país oriental.

Pero había mucho que comentar sobre el hecho de que le casaran; y los sinceros deseos de que fuera feliz, que anteriormente habían procedido de las maliciosas comadres de Meryton, apenas perdieron su espíritu debido a este cambio en las circunstancias, porque con un marido cojo y cargado de deudas, la desdicha del joven estaba garantizada.

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