Capítulo 29

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— Confieso — dijo el señor Jong-in — que no me habría sorprendido que su señoría nos hubiese invitado el domingo a tomar el té y pasar la velada en Rosings. Conociendo como conozco su afabilidad, suponía que lo haría. ¿Pero quién iba a imaginar tantas atenciones? ¿Quién iba a decir que recibiríamos una invitación para cenar allí inmediatamente después de que ustedes llegaran? –

— A mí no me sorprende lo ocurrido —terció sir Tae-soo —, pues la extraordinaria destreza en las artes mortales y exquisita educación de su señoría son conocidas en todas las cortes europeas –


Durante el resto del día y la mañana siguiente apenas hablaron de otra cosa que de su visita a Rosings. El señor Jong-in les informó puntualmente sobre lo que verían, a fin de que las suntuosas habitaciones, el elevado número de sirvientes, una guardia personal compuesta por veinticinco ninjas y la espléndida cena no los abrumara.

Cuando los jóvenes se retiraron para arreglarse, el señor Jong-in dijo a Sehun:


— No se preocupe, querido sobrino, por su atuendo. Lady Catherine no nos exige que vistamos tan elegantemente como ella y su hija. Le aconsejo que se ponga simplemente sus mejores ropas, con eso basta. Lady Catherine no la juzgará por ir vestida con sencillez, al igual que no la juzgará por poseer unas habilidades en materia de combate muy inferiores a las suyas –


Ofendido, Sehun crispó las manos, pero por afecto por su amigo que tenía un pie en la tumba, se abstuvo de responder y de echar mano de su espada. Mientras se vestían, el señor Jong-in se acercó dos o tres veces a las puertas de sus habitaciones, para recomendarles que se apresuraran, pues a lady Catherine le desagradaba que la hicieran esperar para cenar.


Como hacía buen tiempo, dieron un agradable paseo de un kilómetro a través del parque. Cuando subieron los escalones de la mansión, la inquietud de María aumentaba por momentos, e incluso sir Tae-soo parecía un tanto nervioso.

A Sehun no le flaquearon las fuerzas, por más que le había oído incontables historias sobre las proezas de lady Catherine desde que tenía edad suficiente para esgrimir su primera daga. La mera majestuosidad del dinero o del rango no la impresionaba, pero la presencia de una mujer que había aniquilado a noventa innombrables tan sólo con una funda empapada por la lluvia era una perspectiva capaz de intimidar a cualquiera.


Siguieron a los sirvientes a través de la antesala hasta la habitación donde se hallaba lady Catherine, su hija y la señora Jenkinson. Su señoría se levantó, con gran condescendencia, para recibirlos; y dado que la señora Jong-in y su marido habían decidido que las presentaciones corrieran a cargo de ella, Kyungsoo procedió a llevarlas a cabo con no pocas dificultades y esforzándose en hablar de una forma comprensible a los demás.

Pese a haber estado en el palacio de St. James, sir Tae-soo se sentía tan abrumado por la suntuosidad que le rodeaba, que apenas tuvo valor para hacer una profunda reverencia y sentarse sin decir palabra. Su hija, aterrorizada, se sentó en el borde de su silla, sin saber adonde mirar.


Sehun, que no se sentía cohibido, se dedicó a observar tranquilamente a las tres damas. Lady Catherine era una mujer alta y corpulenta, con unos rasgos pronunciados, y en su juventud debió de ser muy guapa. El paso del tiempo había redondeada su figura, antaño perfecta, pero sus ojos eran tan hermosos como Sehun había oído decir. Eran los ojos de una mujer que tiempo atrás había sostenido la ira de Dios en sus manos.

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