Capítulo 22

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Los Oh fueron a cenar donde sir Kim, y de nuevo, durante buena parte del día, el señorito Kyungsoo tuvo la amabilidad de escuchar al señor Jong-in. Sehun aprovechó la oportunidad para darle las gracias.


— Eso le pone de buen humor —le dijo—, y no puedo expresarte lo agradecido que te estoy –


En efecto, había sido muy amable por parte de Kyungsoo, pero su bondad superaba el concepto que Sehun tenía de el. El objeto del señorito Kyungsoo no era otro que impedir que el señor Jong-in reiterase a Sehun su propuesta de matrimonio, haciendo que el clérigo dirigiera sus atenciones hacia el.

Tal era el ardid del señorito Kyungsoo, y las apariencias eran tan favorables, que cuando se despidieron esa noche, Kyungsoo habría estado convencido de su éxito de no haber tenido el señor Jong-in que abandonar Hertfordshire dentro de poco. Pero el joven no había tenido en cuenta la pasión e independencia de carácter del señor Jong-in, que llevó a éste a escapar a la mañana siguiente de Longbourn House con admirable sigilo, y apresurarse hacia Kim Lodge para postrarse a los pies de Kyungsoo.


El señor Jong-in deseaba a toda costa evitar que sus primos se enterasen de su marcha, pues si le veían partir, no podrían por menos de imaginar sus intenciones, y el señor Jong-in no quería que se supiera hasta lograr su empeño, pues aunque estaba casi seguro de su éxito, y con razón, dado que Kyungsoo le había animado tímidamente durante todo el rato, sentía ciertos recelos desde la aventura del rechazo por parte de Sehun.

Pero la satisfacción con que fue acogido resultó muy halagadora. Al verlo dirigirse hacia la casa, el señorito Kyungsoo, que estaba asomado a una ventana superior, salió de inmediato para encontrarse casualmente con él en el sendero. Pero Kyungsoo no podía siquiera imaginar el amor y la elocuencia que la aguardaban allí.


En un espacio de tiempo tan breve como permitían las largas peroratas del señor Jong-in, todo quedó decidido entre ellos; y cuando entraron en la casa, éste rogó a Kyungsoo encarecidamente que fijara el día que le convertiría en el hombre más feliz del mundo.

El señor Jong-in y Kyungsoo solicitaron a sir Kim Tae-soo y a lady Kim su consentimiento, que éstos se apresuraron a conceder. Las circunstancias presentes del señor Jong-in hacían que fuera un excelente partido para su hijo, a la que no podían dejar una gran fortuna; y la perspectiva de que adquiriera una mayor riqueza eran más que razonables.

Lady Kim empezó enseguida a especular, con mayor interés en el tema del que éste había suscitado nunca, cuántos años más cabía suponer que viviría el señor Oh, y sir Tae-soo manifestó su firme opinión de que cuando el señor Jong-in tomara posesión de Longbourn, su esposa y él debían instalarse allí a la mayor brevedad y eliminar el grotesco dojo.


En suma, toda la familia mostró el debido entusiasmo por la noticia. La circunstancia menos grata del asunto era la sorpresa que se llevaría Oh Sehun, cuya amistad Kyungsoo valoraba más que la de ninguna otra persona.


¿Desaprobaría Sehun su enlace? O peor aún, ¿decidiría cortar toda relación con el?


Kyungsoo decidió comunicarle la noticia personalmente, por lo que pidió al señor Jong-in que a su regreso a Longbourn para cenar no dijera ni una palabra a nadie de lo ocurrido. Como es natural, el señor Jong-in le prometió guardar el secreto, lo cual no le resultó tan fácil, pues la curiosidad suscitada por su larga ausencia se tradujo a su regreso en unas preguntas tan directas, que el señor Jong-in tuvo que aplicar todo su ingenio para esquivarlas.

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