Capítulo 30

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Sir Tae-soo permaneció sólo una semana en Hunsford, pero su visita fue lo suficientemente larga para convencerle de que su hijo se sentía muy a gusto allí. El señor Jong-in dedicó las mañanas a pasear a su suegro en su calesa, para enseñarle la campiña; pero cuando sir Tae-soo partió, toda la familia reanudó sus quehaceres habituales.


De vez en cuando tenían el honor de recibir la visita de lady Catherine, a quien no se le escapaba detalle durante esas visitas. Le preguntaba sobre sus menesteres, inspeccionaba sus trabajos y les aconsejaba lo que debían hacer; criticaba la disposición de los muebles, o detectaba los descuidos de la doncella; y cuando se dignaba aceptar un refrigerio, parecía hacerlo sólo con el fin de averiguar si los cuartos de carne que compraba Kyungsoo eran demasiado grandes para la familia.

Sehun no tardó en percatarse de que, aunque esa imponente dama ya no participaba en la defensa diaria de su país, era una autoridad muy activa en su parroquia. Los detalles más nimios de ésta le eran referidos por el señor Jong-in, y cuando le contaba que un aldeano era un pendenciero, un insatisfecho o demasiado pobre, su señoría visitaba la aldea para implorarles que resolvieran sus diferencias, blandiendo su poderosa espada y amenazándolos con resolverlos ella misma.


Las cenas en Rosings se repetían unas dos veces a la semana; y, teniendo en cuenta la ausencia de sir Tae-soo, y puesto que sólo se montaba una mesa de juego por la noche, cada cena era una copia exacta de la anterior. En cierta ocasión, lady Catherine pidió a Sehun que los entretuviera ofreciéndoles una exhibición de lucha con uno de los ninjas de su señoría.

La exhibición tuvo lugar en el gran dojo de lady Catherine, por el que su señoría había pagado una fortuna para que fuera trasladado desde Kyoto, ladrillo a ladrillo, a lomos de unos campesinos. Los ninjas lucían sus tradicionales vestiduras, máscaras y botas tabi negras.


Sehun lucía su traje de adiestramiento y su fiel katana. Cuando lady Catherine se levantó para señalar el comienzo del combate, Sehun, en un gesto desafiante, se vendó los ojos.


— Le aconsejo, estimado joven —dijo su señoría— que se tome este combate en serio. Mis ninjas no se compadecerán de usted –

— Ni yo de ellos, señoría –

— Señorito Oh, le recuerdo que no posee una instrucción adecuada en las artes mortales. Su maestro era un monje chino, estos ninjas proceden de los mejores dojos en Japón –


Sehun plantó los pies firmemente en el suelo, y lady Catherine, al comprender que no lograría convencer a ese joven tan testarudo y especial, chasqueó los dedos. El primer ninja desenfundó su espada y emitió un grito de guerra al tiempo que se abalanzaba hacia Sehun.

Cuando su espada se hallaba tan sólo a unos centímetros del cuello de Sehun, éste se apartó a un lado y rajó el vientre de su contrincante con su katana. El ninja cayó al suelo, sus intestinos salían por la hendidura más rápidamente de lo que éste era capaz de introducirlos de nuevo. Sehun enfundó su espada, se arrodilló detrás de él y lo estranguló con su propio intestino grueso.


Lady Catherine chasqueó de nuevos los dedos y apareció otro ninja, el cual avanzó hacia Sehun al tiempo que lanzaba estrellas voladoras. Sehun desenfundó su katana y se escudó con ella de las tres primeras armas voladoras, tras lo cual atrapó la cuarta en el aire y la arrojó contra su atacante, hiriéndole en el muslo. El ninja soltó un alarido de dolor y se sujetó la herida con ambas manos, pero Sehun lo golpeó con su espada, amputándole no sólo las manos, sino la pierna que se sujetaba con firmeza. El ninja se desplomó en el suelo, y Sehun se apresuró a decapitarlo.

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