Valladar de infectas pasiones

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Durante la inhumación de Rosalía, la madre de Nosly, uno de los inquilinos de Arinhayeth, oportunista samario cuarentón, se le acercó a darle el pésame. Al ofrecerle su apoyo para lo que ella llegara a necesitar, él sabía que, con esa loción barata, su peluqueado estilo militar que tanto la seducía, lo intuía, pero, sobre todo, con el apretón y el abrazo que le dio haciendo rozar los pezones de sus erectos senos contra su varonil y poblado pecho, aquella inerme y atractiva mujer sería objeto de su atracción y segura seducción. Así acaeció.

Pese a la extraña y etérea sensación de la presencia de Nosly que en algo la inhibía, Arinhayeth inició con aquel samario una fácil y rápida aventura para apaciguar, mientras aparecía su Yiyo bonito, se justificó, el dolor de haberlo perdido sin razón aparente. Aventura que concluyó en escándalo cuando el tipo no quiso pagar la renta durante tres meses y ella, entonces, le tuvo que hacer juicio de lanzamiento. No pudo, eso sí, hacer que le devolviera el equipo de sonido, ni el DVD que le compró Nosly y, menos, su cadena de oro, reloj, argolla de compromiso y finos anillos, también obsequiados por Nosly, que aquel oportunista inquilino le sacó, de manera abusiva, del joyero que ella guardaba en el cajón de su armario.

Arinhayeth seguía atribulada por esa perenne impresión de tener a Nosly cerca, que se hacía cada vez más fuerte, todos los días, a eso de las diez de la mañana, a las cuatro de la tarde y, de nuevo y con mayor énfasis, a las diez de la noche. A esas horas Arinhayeth no podía dejar de verlo en su pensamiento; situación aquella que la incomodaba, desconcentraba y la hacía sentir mal cuando buscaba entretención con alguna de sus nuevas, abundantes y fugaces conquistas que tuvo durante la ausencia de Nosly, instando, se justificaba, mitigar y disipar la pena y el dolor por la pérdida inexplicable, sin justa causa, de su Yiyo bonito; a quien, ahora más que nunca, sentía que de verdad era el hombre que sí la había amado con plenitud, desinterés y entereza. Sentimiento este que se le volvía tenaz, sobre todo cuando escuchaba en la radio la canción Tirana, interpretada por Darío Gómez; melodía que un día, en el carro, con lágrimas en los ojos Nosly le dedicó.

A veces Arinhayeth se preguntaba la razón por la cual ella lo hacía. ¿Por qué serle infiel y causarle tanto daño a ese hombre cuyo único pecado fue conocerla y enamorarse? Sin embargo, ella sabía la respuesta desde el comienzo. Nosly la amaba sin condiciones de ninguna índole. Ella era su proyecto de vida; su más sublime y postrer objetivo; la razón y la causa para seguir adelante, para luchar por algo; para esperar con alegría un nuevo amanecer y disfrutar y pintar con versos los arreboles del atardecer. Además, desde el comienzo él fue sincero con ella. Le puso las cartas sobre la mesa. Le manifestó que su relación con su esposa, pese a las dificultades que existían, pese al desamor por ella profesado (lo que él creía) y a la tristeza incoada en su corazón por tan adversa forma de ser con él, era, antes que nada, un compromiso indisoluble, en el cual estaba de por medio su palabra dada.

Arinhayeth sabía que Nosly le prometió a Soledad Daniela que los dos llegarían unidos, juntos, hasta la muerte. Y él era un hombre de palabra, sobre todo en asuntos de amor, trabajo, familia y sentimientos. Pese a todo, ella no podía evitar serle infiel, ni antes cuando él estaba, y, ahora, que había desaparecido, menos.

¿Cuál era, entonces, la razón de su infidelidad? Arinhayeth tenía, o creía tener la respuesta. Sin embargo, su íntima justificación para ser así con él, esa que armó en su mente para contrarrestar el inherente cargo de conciencia que esto le causaba, lo entendía, carecía de fundamento; pues ese hombre, su Yiyo bonito, no merecía tan sucio engaño, ni tan abyecta y continua traición a la que ella lo sometía.

El rol que ella jugaba en esa relación con Nosly; el ser la otra, la escondida, la que no podía tenerlo en exclusiva, ni mucho menos retenerlo cuando lo quisiera o necesitara; pues antes que su cama y su mesa estaban las de su formal hogar; era doloroso, injusto, y la causa de un rencor inconfesable, de un resentimiento inevitable ¡que alguien tenía que pagar! Y ese alguien no podría ser otro distinto al propio causante, es decir, él: ¡Nosly!, pese a que ella aceptó las cosas así desde el comienzo; pese a que él le dejó todo claro desde entonces, pese a lo hablado, acordado y prometido al respecto. Y la forma del tan humano desquite era esta: ¡serle infiel!, se justificaba: Como para compensar en parte...

Ambiguo, inquietante, y, sobre todo, fatal, común y peligroso proceder humano.

Sin embargo, fue la misma Rosalía cuando la enteraronde aquella relación quien, tal vez buscando evitarla o detenerla, o quizá poringenuidad, sin proponérselo, le hizo nacer a Arinhayeth, o tal vez fortalecer,tan inicua justificación de infidelidad contra su hijo. Basada en suexperiencia la anciana le hizo énfasis sobre el sufrimiento y el daño que aquelrol de amante les propicia a las personas, en particular a las mujeres. ¡Sí!,fue la misma mamá de Nosly quien le contó a Arinhayeth su dolorosa historia.Según las palabras de la anciana, quería evitarle la amarga experiencia delpadecimiento silencioso y artero que ella sufrió en su juventud y madureztemprana al haber sido durante largo trecho la segunda opción de un hombrecasado, con quien nunca pudo contar en exclusiva, hasta el día cuando este secansó del juego y la abandonó a su suerte con el fruto de ese amor oculto: lahermana menor de Nosly. 

Con derrotero inciertoUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum