El hogar

19 0 0
                                    

Nosly, durante su cautiverio, también pensaba, muy seguido, en su esposa: Soledad Daniela; en sus dos hijas: Adriana y Sirlene; y en su hijo: Danilo. En cuanto a ellos, y respecto al factor económico, estaba más tranquilo aún, pues su situación la dejó, a su juicio, muy sólida. Su hija mayor llevaba más de dos años graduada como profesional y año y medio trabajando en una transnacional. En tal empresa, si bien era cierto que no pagaban los mejores sueldos, era aceptable en cuanto a lo laboral. Sirlene, la menor, estaría graduada y con seguridad trabajando y consolidando el local comercial que le ayudó a montar cuatro años antes de ser plagiado. Su esposa administraba muy bien el otro local. Danilo estaría en séptimo semestre. Además, un año antes del secuestro les transfirió a sus tres hijos, por venta formal, la casa en la cual vivían hacía casi quince años. La ficticia transacción se hizo por el valor del avalúo catastral. Allá estarían viviendo y recibiendo la renta por los tres apartamentos que él adecuó para alquilar. Con ese ingreso, pensó, satisfarían todas sus necesidades básicas. Sin embargo, recordó con el malestar que siempre esa situación le espinaba su ego, que uno de los mayores reclamos, en especial de sus dos hijas y esposa, tenía que ver con el sitio en el que vivían; ya que no estaban de acuerdo, querían hacerlo en uno de mejor estrato. Situaciones como estas eran parte de los motivos de mayor disgusto entre Nosly y su esposa; ella siempre justificaba todas las conductas de sus hijos.

A pesar de algunos importantes logros de sus hijos, como, por ejemplo: búsqueda incesante por el estudio, por la profesionalización, así como la iniciativa empresarial y el espíritu de superación social y económico, entre otros, el hogar padecía de dolencias profundas, algunas incurables. La problemática con su esposa e hijos era la resultante directa de una de las tres situaciones que degradó su matrimonio. Lo cual, Nosly nunca logró entender ni aceptar. Esto lo sumió, con drasticidad, en el océano de la decepción y el fracaso: su esposa siempre lo desautorizaba y contradecía en la crianza y formación de sus hijos. Soledad Daniela lo hacía tan solo por saborear el morboso placer de la refutación, así con ello, no le importaba, se causase daño ella misma, se lo ocasionara a sus hijos, o a quien fuera. Incluso, para los logros en estudio, en iniciativa empresarial y en el espíritu de superación de sus hijos, nunca se pusieron de acuerdo en la forma. Los dos buscaban los mismos resultados para aquellos, pero, usaron, casi para todo, métodos antagónicos e hirientes. El objetivo de Soledad Daniela fue, siempre, oponerse a ultranza a lo dicho, dispuesto, ordenado, emprendido, hecho, incluso pensado, por su esposo; con gran énfasis, en tanto estuvieran sus hijos de por medio; y algo menos intenso cuando se trataba de cualquier otro asunto doméstico. La consecuencia de esto: unos hijos que hasta entonces no reconocían la autoridad, ni el respeto hacia ella, su madre, ni mucho menos hacia él, su padre. Ahí la causa de la perfecta anarquía del hogar; de la rampante falta de apoyo y colaboración, así como de aquella actitud de recargarse y de atenerse para todo en sus padres.

Pese a esa primera causa del resquebrajamiento en su relación con su esposa, y para evitarse una polémica que en nada beneficiaba ni resolvía el quid del asunto, Nosly optó, al principio, por negociar y ser condescendiente con ella. Sin embargo, cuando él adoptaba sus métodos o daba sus opiniones, de inmediato Soledad Daniela cambiaba con actitud ofensiva. Después asumió una posición pusilánime y nefasta para sus hijos: dejarlos hacer lo que ellos quisieran, hasta que, algún día, su buen juicio y criterio los condujera hacia él; momento cuando estaría dispuesto a oírlos, orientarlos y darles consejos. Pero, fueron pocas, muy pocas, las veces que eso se dio, que lo consultaran. Que lo escucharan. Pese a ello, su esposa siempre puso en tela de juicio lo sugerido o recomendado por Nosly, y no descansaba hasta que los muchachos hicieran lo contrario de lo dicho o insinuado por su padre.

Frente a esa estrepitosa derrota moral prefirió dejarlas cosas así, con la esperanza de que la maleza no ahogara por completo lahierbabuena que en ellos sembró. No buscó otra alternativa, aunque le dolía enel alma ver que su primer proyecto de vida se desmoronaba y él no tenía elcoraje para resarcirlo. Quiso comprender, primero, y cuando no encontróexplicación ni remedio para ese mal, instó hacer omiso caso de ello; pero fuepeor y su espíritu cayó en el letargo del fracaso. En su fuero interno, de unau otra manera sabía que en sus hijos existía el potencial suficiente para saliradelante y lograr muchas más cosas que las obtenidas por él. Ellos contaban conmás posibilidades de las que él disfrutó a la edad actual de aquellos. Lascondiciones dadas en el hogar, a pesar de tantas falencias y complicaciones,eran muy superiores a las suyas; y él había hecho, pensó con inútil alivio, unavance grande en este, en su primer proyecto de vida: su hogar.

Con derrotero inciertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora