Capítulo 24: reabriendo heridas

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Gael descansaba a su lado, boca abajo, con una mano sobre la almohada y la otra rodeándole la cintura. Dos maletas grandes y una mochila estaban parados a un par de pasos de la cama. Dilan las miró con melancolía; estaba tan aterrado que ni siquiera sabía cómo debía reaccionar y aunque se dijera así mismo que esta vez sería distinto, esa desagradable sensación de desasosiego no abandonaba su pecho.

Gael se removió cuando sintió que Dilan se levantó de la cama. Abrió los ojos con pereza, mirando el reloj en su muñeca.

—Princesa, ¿estás bien? Es muy temprano...

—Te tienes que ir en unas horas, quería prepararte algo para que desayunes —respondió levantando la ropa interior y el pantalón pijama del suelo para vestirse.

—Son las siete de la mañana, regresa a la cama... nos levantamos juntos en un rato.

Dilan negó, metiéndose al baño. Gael escuchó el sonido del inodoro un par de minutos después y luego el grifo.

—Hevhantate —masculló con el cepillo de dientes en la boca.

Gael suspiró y se sentó en la cama. Él sabía que para Dilan estaba siendo difícil, notaba el miedo en sus ojos cada vez que lo miraba, el rubio era pésimo para ocultar sus sentimientos. Lo había intentado todo para convencerlo de que esta vez iba a regresar, pero no había forma de sacar aquel sentimiento de su corazón. Entonces supo que debía demostrarle con hechos que esta vez él tomaría las riendas y no permitiría que la historia se repitiera.

Se levantó de la cama y caminó hasta el baño, estirando los brazos para desperezarse. El frío le acarició el torso desnudo, erizándole la piel.

Se dio una ducha rápida mientras Dilan preparaba el desayuno y se vistió con la ropa del día anterior, puesto que no quería abrir las maletas.

—No voy a acompañarte al aeropuerto —dijo Dilan luego de entregarle un plato con panqueques rellenos de dulce de leche y una taza de café.

—¿Por qué? Ayer habías dicho que sí.

—Lo sé, pero prefiero no hacerlo. No hace falta que nos despidamos tanto, vas a regresar pronto, ¿no?

Gael asintió, tomándole la mano.

—Te lo prometí, así que deja de hacerte la cabeza. Sé que estás pensando demasiado en eso.

—Ya lo sé, pero todo esto me recuerda a la primera vez que te fuiste. Estoy tratando de no pensar demasiado en el asunto para no estresarme más de la cuenta.

—Bien... —Gael le sonrió. Se puso de pie y rodeó la mesada para darle un abrazo apretado—. Si te hace mal, entonces quédate. De todas maneras pensaba pedir un taxi. Te voy a escribir todos los días.

Dilan asintió, pero incluso aquella promesa le trajo malos recuerdos. Correspondió el abrazo con fuerza, aguantando las ganas de llorar. No había notado lo sensible que se había puesto con el pasar de los años, o quizás todo lo que tuviera que ver con Gael tocaba una fibra sensible.

Desayunaron juntos y charlaron hasta que se hizo la hora. La despedida fue incluso más difícil de lo que esperaban, sin embargo, los dos pusieron su mejor cara para enfrentar la situación.

—Llámame en cuanto llegues — dijo Dilan mientras Gael metía las maletas en el baúl del taxi.

El castaño asintió, regalándole una sonrisa apagada.

Dilan deseó con todas sus fuerzas retroceder el tiempo y detenerlo una semana atrás, cuando Gael le dijo que lo amaba, cuando reían juntos o charlaban sobre tonterías, pero sabía que eso no era posible y que tenía que enfrentar la situación de forma racional y madura para no hundirse de nuevo en la tristeza. Se metió a su casa y buscó el teléfono. Sus amigos y familia estaban al tanto de la situación, decidió apoyarse en ellos para mantenerse fuerte.

. . .

—¡Dilan!, ¡cuidado!

En el instante en que escuchó el grito de su madre, se estrelló de frente contra una de las mesas y la bandeja de vasos limpios que llevaba en las manos acabó en el suelo. Dilan chasqueó la lengua y resopló, era la tercera vez en una semana que rompía algo.

—¡Me cago en la maldita mesa! —gruñó arrodillándose para juntar los vidrios.

—Hijo, ¿qué pasa contigo? Vas a acabar con la cafetería si sigues así.

El rubio negó, juntando los pedazos más grandes de vidrio para tirarlos. Como si aquel desastre no fuera suficiente, uno de los trozos se enterró en su mano provocándole un corte en la palma.

—¡Mierda! ¡Pero es que el puto mundo está conspirando contra mí!

Se levantó de golpe y tomó la escoba de mala gana.

Su madre sabía cuál era el motivo de esa actitud. Dilan había vuelto a crear una barrera a su alrededor, el cascarrabias en el que se había convertido cuando Gael se fue por primera vez estaba de vuelta, era su forma de afrontar la situación, aunque no era lo mejor. Le quitó la escoba de la mano y antes de que el rubio pudiera reprochar, dijo:

—Lávate esa mano, en el baño hay un botiquín. Cuando termines vete a casa.

—¿Qué? Pero todavía me quedan cuatro horas. Si te enojaste conmigo por los vasos, descuéntamelos del sueldo, fue mi culpa.

—No tiene nada que ver con esto. Tú no estás en condiciones de trabajar, tu mente está en cualquier lado y si no puedes enfocarte, entonces vete y descansa la cabeza. Él va a regresar, Dilan, lo hizo una vez, ¿no es así?

El rubio volvió a chasquear la lengua, avergonzado por sentirse al descubierto. Al final decidió no ponerle peros a su madre, porque sabía que tenía razón. Ser testarudo no iba a menguar su ansiedad.

Luego de curarse, se despidió de todos y se marchó. Estaba mentalmente agotado, agobiado por sus propios sentimientos.

Sintió el teléfono vibrando en su bolsillo y el corazón se le alborotó al descubrir que era una llamada de Gael. Atendió rápidamente, entusiasmado.

—Creí que no tendría noticias tuyas hoy —dijo sonriendo.

Estoy con algunos inconvenientes aquí, pero le dije a mi padre que necesitaba hacer una llamada urgente. Te extraño un mundo...

Dilan se mordió el labio inferior, esbozando una sonrisa.

—¿Cuándo regresas?

Mi padre está intentando convencerme de que no renuncie. Se supone que tengo que capacitar a una chica, que es la que va a tomar mi lugar. La verdad es que no lo sé, tengo que hablarlo con mi padre cuando esté más calmado y deje de saltarme al cuello cada vez que sale el tema. La situación está muy tensa.

—¿Y tu madre?

Ella está de mi lado, pero no quiero que discuta con papá por mi culpa. El problema con él es que es muy cabeza dura, tiene miedo de poner a un desconocido y que cometa un error. De todas formas, le dije que me quedaría lo que fuera necesario para que se quedara tranquilo.

—Eso suena a mucho tiempo...

Lo siento, princesa. Pero no puedo dejar a mi viejo con este relajo. Al menos quiero que vea que soy responsable y agradecido con él.

—Sí, lo entiendo. Tú sabes que yo soy muy ansioso, pero entiendo que debes resolver las cosas con tu familia para estar tranquilo.

Escuchó un breve silencio y la voz del padre de Gael, murmurándole algo.

Tengo que dejarte, princesa. Ya llegó la chica de la que te hablé. Papá quiere que le haga una segunda entrevista antes de capacitarla —bufó—. Te llamo en la noche... Te amo.

—Yo también —respondió con una sonrisa. 

LazosWhere stories live. Discover now