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Keisi


Hoy parecía que sería un día tranquilo. Parecía un fin de semana normal, incluso me desperté tarde sin tener que preocuparme.

Mi padre estaba ocupado pasando tiempo con su novia. Sí, la misma mujer con la que le era infiel a mi madre.

Ahora no me importa, mientras lo tenga entretenido y pase el menor tiempo posible en casa es mejor. Lo que me molesta es que la mantenga con el dinero que gana a cambio de vender mi cuerpo.

Estaba feliz de tener la casa solo para mí, incluso me tomé la molestia de ver la televisión recostada en el sofá. Preparé comida deliciosa y pude relajarme.

Aun así, no pude evitar sentirme sola. No hay nadie conmigo. Es una casa vacía, sin vida. Un infierno para mí, aunque en lugar de verla como un hogar es más como una prisión.

Solo me queda aferrarme a mis sueños y estudiar lo suficiente para poder graduarme como doctora. Comprar una bonita casa que siempre huela a lavanda, decorarla con cuadros bonitos y tener un jardín en el que pueda plantar todas las flores que quiera.

Inconscientemente me encuentro sonriendo al imaginarlo, sentir la libertad que tanto deseo y vivir de manera tranquila, después de haberme desasido de los cerdos que profanaron mi cuerpo sin pudor.

Los toques en la puerta me sacan de mis cavilaciones, gruño de camino a la puerta y cuando la abro me encuentro con un hombre sudoroso y con una mirada perdida. Al verme su sonrisa se ensancha y recorre mi cuerpo con morbosidad. Me arrepiento de estar usando un vestido.

—No se encuentra mi padre. —Intento cerrar la puerta, pero el hombre no lo permite.

—Vine a verte a ti, no a él.

—Estoy ocupada. —Vuelvo a intentar cerrar con el latir de mi corazón rápido.

El hombre empuja la puerta con fuerza entrando, siento mi piel ponerse de gallina y las alertas comienzan a sonar.

Así que me doy la vuelta intentando correr hasta la puerta trasera, sin embargo, me jala del brazo hasta pegarme a su pecho.

El pánico se instala en mí y la repulsión de ser tocada me provoca nauseas.

—Tu padre es un idiota, le dije que pronto sabría de mí y nada mejor que utilizarte a ti sin pagarle. Seguro eso le molestará. —Susurra cerca de mi oído.

—Por favor, señor. No quiero esto. —Sollozo.

—No seas ilusa. Para eso existes, eres una mujer que solo sirve para satisfacer sexualmente y hacer los quehaceres de la casa. —Se burla.

Entonces me manda al suelo de un golpe, intento arrastrarme. Me paralizo cuando escucho la hebilla de su cinturón desabrocharse. Al girarme lo encuentro sonriendo desde lo alto, mientras se baja los pantalones.

—¡No! —Alzo la pierna, atestándole un golpe en la entrepierna que lo hace chillar.

Gateo con rapidez hasta la puerta, pero una patada me vuelve a dejar en el suelo. El dolor en mi espalda se extiende.

El hombre me da la vuelta y alza mi vestido descubriendo mis piernas.

No debí usar vestido. Me repito constantemente, pataleo con desesperación, aun así, logra bajarme las bragas y colocarse entre mis piernas.

No está usando protección.

—¡No! ¡Suéltame! —Grito desesperada. Pataleo y golpeo sin mucho éxito.

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