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Keisi Brown.


Restriego con fuerza mi cuerpo al punto de que este se vuelve rojo por la irritación. Las lagrimas se juntan con el agua de la regadera y lavo con delicadeza mi vulva. Me siento tan asquerosa y a pesar de que los años pasan no me acostumbro, sigo sintiéndome sucia y definitivamente no lo disfruto.

Hace unos años intenté escapar de casa, pero al no tener dinero y a donde ir, el hermano de mi padre terminó encontrándome y regresándome.

Y la idea de contar lo que me está sucediendo me aterra y me avergüenza.

Al entrar a mi habitación el hombre sigue acostado en mi cama solo con el pantalón puesto. No quiero mirarlo.

—Salga de mi habitación ahora. —Siseo.

Escucho movimiento en el colchón y luego sus pasos acercarse a mí. Su respiración golpea en mi oído y siento las lagrimas acumularse de nuevo.

—Podríamos repetir. —Ronronea.

—¡Papá! —Grito, alejándome del hombre.

La puerta se abre y mi padre aparece con el ceño fruncido.

—Si quieres otra ronda tendrás que pagar. —Se cruza de brazos.

—Ya no tengo dinero. Vamos, Marco. Una más y después te la pagaré. —Insiste el hombre.

—Nada es de a gratis Steve. Ponte la camiseta y lárgate de mi casa. —Exige.

Y así sucede, el hombre sale de mi habitación. Mi padre se acerca a mí y acaricia mi cabello con delicadeza. Quiero empujarlo y golpearlo.

—Lo haces bien, Keisi. —Murmura.

Cuando me quedo sola en mi habitación, arregló la cama y después saco algunos edredones de mi closet acomodándolos en el suelo.

Desde la primera vez que fui abusada no volví a dormir en mi cama. No podría conciliar el sueño en el lugar donde sucede mi sufrimiento.

Arropada entre los edredones, me aferro al viejo y gastado peluche que conservo de mi infancia. Observo la pulsera rosa de mi muñeca y mis lágrimas vuelven a salir.

Extraño a mamá, me siento sola desde que ella no está. Me gustaría acurrucarme a su lado, porque todo pareciera menos cruel cuando estoy con ella.

—Buenas noches, mami. —Susurro y beso la pulsera.

Al día siguiente me encargo de los deberes de la casa. Al ser fin de semana tengo todo el día para sacudir y lavar. Mi padre no se encuentra por lo que me siento más cómoda, pero recordar que en algún momento llegará y que tal vez llegué acompañado por otro hombre me aterra.

Así que cuando no tengo nada que hacer decido salir a dar un paseo para tranquilizarme. Paso por la heladería. Andrea ya no trabaja aquí y hace años que no la he visto.

Paso el resto de la tarde en una banca del parque donde solía ir con mi madre. Observo a los niños jugando alegremente, sonrío agradecida de que al menos ellos tengan una buena infancia.

—Disculpe, señorita.

Me sobresalto y me levanto de un salto dando unos pasos hacía atrás, cuando un hombre de mediana edad se me acerca. Su rostro refleja la confusión.

—Disculpe si la molesto, pero...

—Sí me molesta. —Frunzo el ceño, entonces me alejo de ahí a paso apresurado.

MURDERWhere stories live. Discover now