—Vamos.

En el camino, le doy miradas rápidas. No me puedo contener. Que lleve puesto un pantalón negro perfectamente planchado y una camisa blanca con los primeros botones desabrochados, es mucha distracción para mí. Una dulce distracción diría yo.

—No me mires así, Lea— balbucea con su vista fija al frente y sus manos ocultas en sus bolsillos.

—¿Así cómo?

—Con esas miradas que según de <<no me doy cuenta>>— que pena, debería aprender a ser discreta.

—Eh... yo... no te estaba viendo— dirijo mi vista hacia el árbol grande que está enfrente de mi ventana.

—Ajá.

—Yo no sé tú, pero estoy cansada.

Tiro mi cuerpo sobre el frondoso césped. Mis ojos se enfocan en las grandes nubes que se mueven por el viento. Algunas nubes forman figuras, no creo ser la única persona en este mundo que vea figuras en las nubes.

Dirijo mi vista al señor guapo. Aún sigue con sus manos ocultas en los bolsillos, solo que esta vez me está mirando con demasiada atención. Es como si sus ojos se iluminaran de verme a... ¿mí?

Lea, no pienses en tonterías.

—¿No te piensas acostar? Déjame adivinar, no quieres arruinar tu costoso traje— digo con el propósito de sacar de mi cabeza la absurda idea de que me está mirando.

—No es por eso— suspirando, se une a mi lado.

—¿Entonces qué es?

—Eh... nada.

—Dime, ándale— gira su rostro al mío.

Tarda unos segundos antes de volver a hablar.

—¿Por qué quieres saber?

—Curiosidad.

—No te diré— regresa su mirada al cielo.

—¿Qué tan malo puede ser?— río.

—No es malo, solo que algunas cosas no deben abandonar mi boca. Nunca.

—Ah, comprendo— me callo. No lo voy a presionar, y, cómo dice, lo que sea que tenga en esa mente, no deberá nunca abandonar su boca. Debe de ser algo muy malo, así que no quiero saber.

¿En qué momento llegamos a esto? A estar tirados en el césped del patio trasero de Jayson Thomas, el socio de papá.

¿Hay química entre nosotros? No lo creo, discutimos muchísimo. Quizá solo estamos confundidos. No hay química pero hay deseo, o quizá soy yo quien se está haciendo todas estas ideas tontas. Tal parece que me he convertido en una experta en ello.

—¿Alguna vez has hecho algo loco?— habla, de pronto.

—Muchas veces.

—¿Cómo qué?

—Carreras ilegales, estar encerrada una noche en la comisaría de policías, ir a mil fiestas, algunas algo locas. Hacer muchas, demasiadas, travesuras...

—Yo digo algo sumamente loco. Yo también he hecho ese tipo de cosas.

Lo miro—. ¿Qué es loco para ti?

—¿Cómo aventarse de un paracaídas?

—Eso ni de loca lo hago, ni aunque me paguen millones de dólares.

—¿Sabes qué? Eso haremos, nos vamos a aventar de un paracaídas.

—¿Nos? Dirás tú. Yo no haré eso, no quiero morir tan joven.

¡Ey! Es Un Amor Entre Nosotros (3 °) ©Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum