Capitulo 4

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Miré mi reloj. Hacía veinte minutos que Katie tendría que haber llamado, al llegar a su casa después del ensayo de las chicas animadoras de los partidos de fútbol. 
Un movimiento en la calle llamó mi atención. Alguien había pasado junto a la ventana de la casa de los Jameson, cosa bastante extraña porque los Jameson hace dos meses que se mudaron. 
― ¡Mamá! ― grité. 
― ¿Qué pasa querida? ― respondió la voz de mi madre desde la escalera. 
― ¿Alguien se mudo a la casa de los Jameson? 
― Sí ― contestó ella con impaciencia. Odia mantener conversaciones a los gritos. ― El camión de mudanza estuvo aquí ayer. 
Observé la casa de enfrente, intrigada por saber quien viviría allí. Tal vez tuvieran alguien de mi edad… Alguien simpático, me ilusione. De repente se me ocurrió que, cualquiera fuese el nuevo vecino, probablemente iba a molestar con el teléfono, ya que tenemos una línea conjunta. 
Seguro que tengo que explicar lo que es una línea conjunta porque la mayor parte de la gente de menos de cincuenta años jamás oyó habla de eso. Pero papá cree que tener una línea conjunta es una excelente manera de ahorrar dinero en las facturas de teléfono. Si por mi fuera, ahorraría dinero de otra forma, comprando manteca de una marca desconocida, por ejemplo, pero hasta dónde puedo recordar, siempre hemos tenido una línea conjunta, de modo que ya me acostumbré. 
La idea básica es que compartimos una línea telefónica con la casa de enfrente. No estoy segura de cómo funciona desde el punto de vista técnico; todo lo que sé es que, a veces, cuando uno levantaba el tubo, en vez del tono habitual se oía al señor Jameson hablando con voz monótona sobre su úlcera con algún amigo, y entonces uno tenía que colgar y esperar que terminara. Y a veces, cuando era el señor Jameson quien levantaba el tubo, me oía a mí que parloteaba con Katie, diciendo: ―Está bien, le dije, está bien…‖, instante por el cual el señor Jameson irrumpía para decir: ―Por favor, chicas, ¿no podrían dejar sus chismes para otro momento? Tengo que hacer una llamada urgente‖. 
Ahora bien, ¿Cuántas llamadas urgentes tenía que hacer en su vida? Seguro que no todas las veces que él decía, puedo garantizarlo. Nadie… 
El teléfono me arrancó de mi ensueño. 
― ¿Hola? 
― ¿______? ― era Katie. ― Hace media hora que llamo y la línea me da siempre ocupada. 
― Creo que nuestros vecinos están usando la línea conjunta ― contesté.

― Oh, caramba ― dijo Katie ― Pensé que cuando los Jameson se mudaran terminaríamos con ese asunto. 
― Bueno, papá dice que, supuestamente, la compañía telefónica debe avisarnos si los nuevos vecinos quieren cancelas la línea conjunta ― expliqué. ― Hasta ahora no hemos tenido noticias. 
Katie suspiró. Creo que se irrita más que yo con esto de la línea conjunta. 
― En fin, ¿qué vas a ponerte esta noche? 
― No lo sé ― dije. ― Tal vez el suéter verde. 
― Oh, te queda estupendo. 
― Dices lo mismo de todo lo que me pongo. 
― No es cierto ― protestó Katie, indignada. ― No lo digo de esa camisa con rayas horizontales. La que deja que se te vea con toda claridad el bretel del corpiño. 
― Oh, cómo me gustaría ver eso ― se oyó la voz de un tipo desconocido en la línea. 
Tanto Katie como yo quedamos atónitas y en silencio durante un instante. Después, en voz muy baja, Katie dijo: 
― ¿______? 
― Estoy aquí ― contesté en un susurro. 
― No va a servir de nada que hablen murmurando ― dijo la voz ― Quiero decir no es como si estuvieran susurrando al oído de la otra. Cualquier cosa que digan seguirá viajando por la misma línea telefónica. 
Me puse más derecha, aunque estaba sola en la cocina. 
― Señor ― comencé con mi voz más digna. ― Esta es una conversación privada. 
― Podían haberme engañado ― contestó el tipo. Su voz me resultaba vagamente familiar, pero no pude ubicarla con exactitud. ― Todo lo que hice fue levantar el tubo y allí estaban ustedes. Eso no suena muy…. 
― Señor, por favor, cuelgue ― dije con firmeza. 
― Vamos, todavía no me enteré de lo que se va a poner Katie ― se quejó él. 
Suspiré exasperada. 
― Katie ― dije en voz alta ―, te llamo más tarde. ― Esta bien ― dijo ella, y colgamos. 
Volví a la ventana y miré con rencor hacia la casa de enfrente. Adiós a la esperanza de que los nuevos vecinos tuvieran un hijo simpático. Que detestable era ese individuo. 
Cierto movimiento llamó mi atención. Una figura había aparecido en una de las ventanas de la antigua casa de los Jameson, con algo blanco en la mano. A pesar de mis esfuerzos no logre descubrir que era. Me di vuelta con rapidez y revolví uno de los cajones de la cocina hasta encontrar los prismáticos que usa mamá para observar los pájaros. 
Cuando Volví a la ventana la figura seguía allí. Levanté los prismáticos hasta mis ojos, y luego las manos me empezaron a temblar con tanta violencia que casi los dejé caer. 
El objeto blanco era un letrero hecho a mano que decía HOLA, ______. La figura que lo sostenía y agitaba alegremente era Nick Jonas. 
Muy bien, de modo que Nick Jonas, el tipo que de la manera más ruda y ofensiva me había caratulado como la aburrida e insignificante hija del director en el mismo instante en que puso el pie en el Colegio Knox, vivía enfrente. Y compartía una línea telefónica con mi familia. Pero yo no iba a permitir que esos factores arruinaran el resto de mi último año… Ni tampoco que me arruinaran esa noche en especial. Me las arreglé para borrar a Nick de mi mente durante la cena con mi familia. Y cuando llegamos a casa después de cenar, empecé a prepararme para la fiesta de Joe Jonas. Me puse un vestido corto de encaje negro que Katie me había traído desde San Francisco. Por lo general, no uso vestidos, me limito a vaqueros y suéteres, pero ese vestido me gustaba y la fiesta me ofrecía una buena excusa para usarlo. Además estaba tratando de cambiar mi imagen, ¿entienden? 
Por supuesto ― me recordé a mi misma ― no resultaba tan patética como para necesitar cambiar mi imagen con desesperación. Porque no es que nunca haya tenido una cita. Mi historia romántica no será lo que se dice impactante, pero algo de experiencia tengo. De hecho tuve mi primera a los doce años y fue con ― quédense sentados ― un marinero de diecinueve que nos estaba pintando la casa para ganarse unos dólares durante su permanencia en tierra, o como sea que lo llamen a eso. En realidad, no es tan excitante como parece porque mis padres no sabían que era una cita o no me habrían dejado ir, y yo no sabía que era una cita, o no habría ido. Tanto mis padres como yo pensábamos que el marinero ― su nombre era Jerry ― me llevaba al cine por la tarde con su hermanita menor. (En fin, sólo me llevaba a ver una película que su hermanita ya había visto). 
De todos modos, Jerry parecía muy seguro de que era una cita porque, no bien llegamos al cine, me llevo a la última fila y me pasó el brazo por los hombros. Dijo:

Adorable Rebelde ; Nick Jonas Y Tu . (Adaptada) Where stories live. Discover now