John no replicó. Movió la cabeza a un lado para evitar mis ojos. Yo bebí del vaso de licor y recordé aquellas imágenes. Sí, mi vida había sido un desastre. Estaba llena de situaciones oscuras e incontrolables. Aún así, ya no podía seguir con la huída. Sabía que tenía que enfrentar el pasado y perdonar. Debía dejar ir todos aquellos sentimientos de odio que me habían rodeado.

—Si no quieres proseguir, podemos olvidarlo —opinó John.

—Eso dependerá de ti —contrapuse con un tono tranquilo—. A mí no me molesta contarte lo que ocurrió.

—Puedo hacerme una idea, justo como lo dijiste.

—Entonces, ¿quieres que siga?

John asintió con calma y regresó la mirada a mí. Al igual que yo, su tez era pálida, pero su cabello era rubio claro-cenizo y un poco largo. En cambio, el mío es de un tono totalmente negro y muy corto.

—Esa noche probé el primer trago amargo que detonaría toda esta locura al nivel que ahora vivo. Mi cuerpo fue abusado y yo lo único que hice fue esconderme de mi hermano y padre. Por supuesto que mi hermano se dio cuenta y lo único que pudo hacer fue quedarse en la habitación y llorar junto a mí. Nuestra relación se entrelazó a un nivel enfermizo, ya que acrecentamos los lazos y sobrepasamos límites. No nos juzgues... —dije como si pidiera misericordia—, éramos niños de catorce años que no conocían otra forma de amor. Cometimos incesto creyendo que así borraríamos el pasado, que así haríamos que el exterior dejara de dañarnos, que así nos mantendríamos unidos y protegidos por siempre. Pero, un año después, mi padre volvió a caer en el vicio y el dinero escaseó todavía más. Hubo días en los que no comíamos nada, que no teníamos ni para una manzana o un pan. Mi padre se ausentó extrañamente por casi tres meses, mientras que nosotros vagamos en las calles de la ciudad donde vivíamos. Así fue como decidí trabajar como vendedor de mercancía de un grupo local. Obtuve el contacto gracias al historial de mi padre y era fácil para mí vender la droga a chicos de mi edad. Pensé que todo sería mejor, pues tenía dinero, pero... un niño no tiene la madurez para tomar una decisión así.

Agaché la cabeza y contuve el llanto.

—Sé que tú jamás has consumido —expresé con un dolor profundo—, por eso mismo no puedes comprender lo que las drogas fueron para mí en esos tiempos. Cada que las consumía, todo el dolor y toda la realidad se esfumaban. Ya no había memorias que atormentaran mi cabeza de manera constante, ni los sentimientos confusos respecto a mi hermano gemelo, ni mucho menos el rencor y odio que siento hacia mi padre. Era como si flotara en una nube suave que se alejaba por los cielos y lo único que me dejaba ver era un hermoso atardecer y sueños en otra realidad. Era una fantasía que me llevaba a un mundo perfecto; uno en donde era un simple estudiante de preparatoria que tenía un padre que le amaba y le protegía. Un lugar en el cual existían amigos reales, y podía vivir cosas como el resto de los chicos de mi edad. Sin embargo, también había otra realidad intrínseca a ese paraíso perfecto, pues las drogas que consumía eran las que debía vender.

De forma rápida cubrí mi rostro con la mano izquierda y dejé a un respiro profundo salir. Todavía, hasta este momento, era imposible no sentir nada.

—¿Heath? —John preguntó al no escuchar mi voz—. No tienes que contarme si no lo deseas.

—Quiero que lo sepas —revelé con prisa al descubrir mi cara— porque no quiero que sigamos con esta relación tan vacía. Quiero conocerte de verdad y quiero que conozcas quién soy realmente. No quiero que te quedes con la imagen del líder de un cártel de drogas que actúa como si lo único que lo impulsara fuera el poder.

No hubo respuesta. Terminé la bebida y aclaré la garganta.

—Connor... Gary Connor era mi jefe. El Líder del Cártel del Oeste; los Saltamontes Azules. Trabajaba para él. Y, aquél día en el que juré asesinarlo, había sido un día común para mí hasta que la noche llegó. Ya tenía más de cinco alertas durante casi los dos años de trabajo que llevaba con él y había sido golpeado varias veces por sus matones. Estos actos habían sido una forma de avisarme que él no toleraría mis evasivas y que debía pagar por toda la mercancía que me había entregado. Lo único que hice fue ignorar su mensaje y recibir una parte de la mercancía. Creía que podía seguir evitando los problemas que se apilaban como libros pesados. Mi adicción era profunda y estaba alimentada por el dolor que rodeaba a mi familia y todas las circunstancias que vivía en esos instantes. Ya no tenía control. Mejor dicho: no quería afrontar la realidad, ni mucho menos aceptar que estaba perdido y abandonado. —Detuve las frases por unos instantes y di un trago pesado al vaso de licor. Proseguí—: Regresé a casa y usé todo lo que pude para viajar hasta esas fantasías que eran perfectas. Había subestimado a los hombres de Connor, a mi propia familia y a la misma realidad. Durante la madrugada, entraron al departamento y me llevaron a rastras. Me golpearon un poco hasta que me metieron al maletero de un coche. Mi cerebro todavía estaba adormecido. Ignoraba el peligro real porque ya estaba acostumbrado a las palizas que solía recibir. Pero esa vez fue diferente. Llegamos hasta uno de los bares bajo el control de Connor y me llevaron hasta una habitación privada donde había unas mesas de billar para eventos exclusivos. Me ataron, me inyectaron sedantes en cantidades bajas, me despojaron de mis ropas, me golpearon para mantener mis sentidos alertas y me dejaron con un grupo previamente seleccionado por el líder. Connor me advirtió y me dijo que después de esa 'pequeña' —enfaticé en la última palabra y seguí con la revelación—: amenaza no habría más. Y cuando él salió de la habitación, los sujetos que habían quedado comenzaron a tocarme sin cuidado y me violaron. No sé por cuántas horas mi cuerpo fue abuzado una y otra vez sin descanso, pero lo que sí sé es que tomé una decisión.

El Dragón del Esteحيث تعيش القصص. اكتشف الآن