Cap. 29: La perfecta ejecución

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Ok, ya quedaba poco, sólo debía matar algo de tiempo conversando con él y luego comenzar mi actuación... que en realidad me dolería un poco.

-Gracias, es sólo que debo estar antes de las 4:30 con mi tutor.- mentí con facilidad.

-¿Sí?.-

-Quiere hablarme de lo usual, ya sabes... revisar mis notas y todo eso.- él asintió comprensivo.

-¿Y te ha ido bien con eso?.- preguntó.

Ya nos estábamos acercando a la salida que daba al patio central, pero yo lo necesitaba en el patio delantero, ahí estaban los baños más cercanos, no podía alejarme mucho de ese lugar.

-Sí, como siempre.- le dije.-Aunque acepto que no siempre tengo las mejores calificaciones...- sonreí tímidamente y miré el piso.

-No todos son genios.- dijo él casualmente.

-Lo sé, en casa mi hermano es el inteligente.- solté.-Digo, era... era el inteligente.- me corregí enseguida y pretendí nostalgia.

-De seguro te irá mejor.- sonrió.

-¿Oye?.- lo llamé.-¿No tienes frío?.- ok, tener frío era ridículo. El clima estaba simplemente precioso.

-En realidad no...- dijo algo extrañado.

-¿Sabes? En el patio delantero hay mucho más sol, deberíamos ir allá.- aseguré.

-Oh... es que se supone que me encontraría aquí con...- se detuvo paulatinamente. ¡Ja! Mi cara de cachorro sin hogar y muerto de hambre había funcionado una vez más.-Está bien.- se rindió, sonreí levemente, aunque en realidad quería hasta dar un saltito de alegría.

Caminando tranquilamente habíamos llegado al patio delantero, efectivamente ahí el sol era mucho más luminoso y calentaba más. Me las arreglé para distraerlo durante bastante tiempo, aunque en realidad él se veía muy ansioso por irse. De seguro había quedado con María o alguien importante, pero al menos era lo suficientemente educado como para no interrumpir mis inventadas historias acerca de mi familia en Australia. Sí, le dije que era australiana y que extrañaba a cada integrante de mi familia, como a mi abuelo, quien de joven era cazador de cocodrilos.

Otra vez le pregunté la hora, eran las 3:50 cuando decidí que ya era tiempo de ponerme en marcha. Íbamos caminando por el sendero de piedrecillas hasta el edificio, le había dicho que ya debía irme, por ende él quedaba libre de mis tontas historias. Entonces, cuando ya estábamos a punto de llegar a las escaleras respiré hondo y doblé mi pie de adrede, cayendo al piso de rodillas. Ok, eso dolió demasiado, sentí como cada una de las afiladas piedrecillas del sendero se incrustaban en mis delicadas rodillas y el quejido que emití no fue para nada actuado.

-¡Por la mier...!.- exclamé y me callé a media frase, no podía maldecir, eso me lo habían dicho las chicas varias veces... así que tenía que cambiarlo.-¡Recorcholis!.- ¿Recorcholis? ¿en serio eso fue lo mejor que se me ocurrió?

-¿Estás bien?.- preguntó él agachándose a mi lado y tomando mi brazo.

-No...- susurré, y era verdad.

-Déjame ayudarte.- dijo y pasó uno de sus brazos mi cintura para luego alzarme cuidadosamente del suelo.

No pude evitar quejarme mientras me ayudaba, además con horror comprobé que tenía las rodillas desolladas y ensangrentadas. Hice una mueca de preocupación y me agarré de él como si con eso las piernas dejaran de temblarme. Quizás lo de la caída no había sido muy buena idea, pero fue lo único que se nos ocurrió.

-Me duele...- me quejé.

-Vamos, te llevaré a la enfermería.-

-¡No!.- grité haciendo que él se sobresaltara.-Siempre me caigo y la enfermera ya está cansada de mí, además que me daría vergüenza ir de nuevo...- le expliqué lo más afligida que pude.-¿Podrías sólo acompañarme al baño?.- le pregunté apuntando hacia el edificio.

DescontrolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora